“La otra hija”, desgarradora carta para una hermana desconocida

¨Se llevaron a la tumba, uno detrás de otro, la memoria viva de ti, de todo lo que se perdió aquel abril de 1938. (…) Toda esa prehistoria tuya que la muerte convirtió en algo atroz. (…) A mi infancia contada, llena de anécdotas, solo le corresponde el vacío de la tuya¨.
A Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) le pertenece el Premio Nobel de Literatura del 2022 por una obra, nunca mejor expresado, fruto de toda su vida. Caracterizada por escribir en formato de diarios acerca de sus propias vivencias, en su último relato, “La otra hija” (Cabaret Voltaire, 2023; aparecida originalmente en 2011), escribe una carta a su hermana, muerta dos años antes del nacimiento de la autora. En dicha carta, Ernaux se expresará, una vez más, con dureza y sinceridad, llegando incluso a afirmar sin miedo que tiene la certeza de que su hermana tuvo que fallecer a tan tierna edad para que precisamente ella ocupara un lugar en la historia de las letras como una brillante escritora.
La memoria de la infancia es selectiva, y así la autora de “La otra hija” parece rememorar por pequeñas anécdotas la historia de su hermana, ya desaparecida antes de que ni siquiera pudiera conocerla. Así como una especie de santa, Ginette (la primogénita de la familia) parece habitar exclusivamente en la memoria de sus padres, humildes tenderos, pues estos nunca reunieron el valor de hablar a su hija —hasta entonces, siempre única— acerca de su compañera. De esta manera, la jovencísima escritora se entera de la existencia y muerte de su hermana de manera indirecta, en una conversación escuchada a escondidas, de la misma manera en la que muchos muchachos se enfrentan por primera vez a los grandes interrogantes de sus familias. Pero, como ella misma proclama, “los niños conviven mejor de lo que se piensa con los secretos” y, así, nunca revelará a nadie de su entorno el conocimiento que confirmaba que, efectivamente, entre sus padres y ella siempre existiría un abismo de ausencia.
Ernaux apenas es capaz de establecer un diálogo con la hermana que nunca llegó a tener, sentimiento que plasma en innumerables ocasiones a lo largo de sus páginas. Nada más comparte con esa niña algunas pertenencias heredadas (la cama, la mochila del colegio) y a sus padres, ya inmensamente cambiados con el paso de los años y el sufrimiento de haber perdido a su primera hija. Y nada más. Escribe: “Pero tú no eres mi hermana, nunca lo fuiste. No hemos jugado, comido, dormido juntas. Nunca te toqué, nunca te besé. No sé de qué color tienes los ojos. Nunca te he visto. No tienes cuerpo ni voz, solo eres una imagen plana en unas cuantas fotos en blanco y negro”. Y, a través de estas líneas, al lector le surge la inmensa duda: ¿acaso estamos hermanados con aquellos con los que nunca hemos llegado a compartir nada? ¿La familia la hace la sangre o, siguiendo a la autora, los recuerdos?
En definitiva, celebramos con júbilo la publicación de esta novela en la que, una vez más, la autora francesa parece rajar su corazón a través de la pluma, mostrándose desnuda ante sus propias páginas. A través de sus letras, volveremos a asistir a las vivencias descarnadas de una mujer cuya lectura, desde luego, nunca podrá dejar a alguien indiferente.