“Las indignas”: la nueva distopía de Agustina Bazterrica
“Alguien grita en la oscuridad. Espero que sea Lourdes. Le puse cucarachas en la almohada y cosí la funda para que les cueste salir, para que caminen debajo de su cabeza o sobre su cara (ojalá se le metan en los oídos y aniden en los tímpanos y sienta cómo las crías le lastiman el cerebro).
Dejé huecos mínimos para que se escapen de a poco, con esfuerzo, como las hacen cuando las atrapo (las encierro) entre mis manos. Algunas muerden. Tienen esqueletos flexibles, se aplanan para pasar por agujeros muy pequeños, viven sin cabeza por varios días, pueden estar bajo el agua mucho tiempo, son fascinantes. Me gusta experimentar con ellas. Les corto las antenas. Las patas. Les clavo agujas. Las aplasto con un vaso de vidrio para observar con detenimiento esa estructura primitiva y brutal. Las hiervo. Las quemo. Las mato”.
Con esta perturbadora escena comienza “Las Indignas” (Alfaguara, 2023), la última publicación de Agustina Bazterrica (Buenos Aires, Argentina, 1974). La autora nos vuelve a sorprender con una nueva distopía, tras “Cadáver exquisito” (Alfaguara) el éxito que la convirtió en best-seller, con más de 500.000 ejemplares vendidos en 25 países y por el cual recibió el Premio Clarín de Novela en 2017.
“Las indignas” se desarrolla en un mundo postapocalíptico resultado de la crisis medioambiental, donde el agua potable y la comida escasean o están contaminados. La protagonista de esta historia, tras vagar por una tierra estéril desprovista de alimento, encontró un refugio donde poder sobrevivir en un antiguo convento de monjes. El refugio de la Sagrada Hermandad. En este oscuro lugar habitado por mujeres existe una rígida jerarquía: hay siervas, hay elegidas, hay indignas. Pero todas obedecen a la Hermana superior, una figura imponente y despiadada que solo responde ante Él. Él, cuyo rostro nadie conoce, siempre está presente, observándolas desde las sombras.
El lector es introducido en este peculiar ambiente a través de los ojos de la protagonista, una mujer anónima, que nos relata en primera persona su día a día en el culto religioso de la Santa Hermandad. Ella, como muchas otras, llegó allí desamparada, huyendo de los peligros y la miseria del mundo exterior. En el convento está segura, puede sobrevivir. Y solo cuando sea digna, quizá pueda ser una de las Elegidas, o incluso de las Iluminadas.
Mientras tanto, debe escribir su historia. Tiene que escribirla a escondidas: un día dos páginas, al siguiente cuatro, a veces un par de frases, otras, las palabras se quedan a medias. Utiliza tinta, carbón, en ocasiones, su propia sangre. Relata lo que ve, lo que escucha, lo que recuerda. Sin embargo, ella no posee toda la información, y el lector tampoco. Esto es lo que atrapa. La inmediatez, el secretismo y el suspense mantenido, que obliga al lector a cuestionarse continuamente: ¿Qué es real? ¿Cuánto hay de engaño? ¿Qué hay de mágico?
No es difícil, por tanto, vivir de manera inmersiva la experiencia de haber encontrado un diario en el que se nos describe la cara más cruel del ser humano. Somos testigos de la maldad más atroz de todas, la que por haber impregnado cada una de las esferas de la vida, acaba normalizándose hasta el punto de volverse banal e imperceptible.
La narración, como hemos podido advertir en el primer fragmento, es igual de brutal que el argumento. Las escenas son tan minuciosamente detalladas que hay momentos en los que el lector no podrá evitar apartar la vista del libro, impactado por la violencia de lo relatado. La autora consigue transmitir esa repugnancia desde un estilo muy poético, logrando así el equilibrio que nos hace disfrutar hasta de la imagen más oscura y nos impulsa a seguir leyendo.
Bazterrica utiliza la distopía llevando al extremo más lóbrego la crisis que ya vislumbramos en la actualidad. Una sociedad patriarcal y coercitiva, un mundo devastado por la contaminación, un culto religioso. No son asuntos que resulten completamente ajenos. Así, lo más terrorífico de la novela no es lo contenido en ella en sí, sino las preguntas que nos obliga a formularnos.
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