“Yo soy la luz del bosque” de Inés Martínez García

“Yo soy la luz del bosque” de Inés Martínez García

“Yo soy la luz del bosque” (RIL Editores, 2022) es el segundo poemario de la poeta, periodista y editora Inés Martínez García (Madrid, 1994). En 2019 debutó con el poemario “Pasión silenciosa”, editado por Libero —entonces Liberoamérica—, sello que en la actualidad dirige Inés Martínez.

En 2020 publicó, junto a la escritora y fotógrafa Iosune de Goñi, “Trenza roja”. El poemario “Yo soy la luz del bosque” de alguna manera coincide con ese tipo de poética que ella misma edita en Libero: la palabra se dirige al cuerpo y trata de manifestar su dolor. Sus poemas han sido seleccionados y publicados en las antologías “Liberoamericanas.140 poetas contemporáneas” (2018) y “Piel fina” (2019). 


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El poemario se divide en “Parte primera”, “Parte segunda” y “Epílogo: Sauce y Cristal”. En cada una de ellas hay una idea latente que se fusiona con el final. Todos los versos están pensados para englobarse en una misma imagen, la de un árbol gigante que personifica nuestra interioridad. Ese árbol –representando de alguna manera como nuestro cuerpo– se desintegra en las partes del libro para terminar siendo sanación. Es el camino del dolor de un cuerpo que necesita ser atravesado por esa luz. Es “un cuerpo que puede hacer tanto por sí mismo y por los demás, pero que está mudo, que no articula bien, que tiene problemas y dolencias, hiere, que no desea, que ha perdido todo tipo de esperanza, en parte por su genealogía interior”, en palabras de la poeta en la presentación del libro. 

En la primera parte el yo lírico se confiesa en un extenso rezo, la voz del dolor busca su identidad y la unión con las raíces que nos sostienen. Algunos versos dictan: “Hay que mirar el interior, tan adentro, que cuando se toque el fondo todo el cuerpo se abra, y de él todo el canto y el fuego se propague. Pues yo soy tierra del bosque, y la tierra del bosque estará bañada por la luz de la vida”. La tierra como elemento fundamental de ese desconsuelo. Finalmente, lo corpóreo se funde con el paisaje y la fuerza de las palabras inexistentes estalla y retumba en las tinieblas. Los versos de Inés Martínez recuerdan a las fotografías del artista del arte corporal John Poppleton, en las que usa la técnica del “bodypainting” y la pintura fluorescente para dibujar paisajes en sus modelos femeninos e iluminarlos con una luz de color negro. Las composiciones de la poeta resaltan – a través de la sensualidad– como los paisajes y la luz negra de Poppleton. Ella, al igual que esas fotografías del artista, habla a través de su propio arte.

En el segundo trozo del poemario conviven palabras como “hierba”, “tierra”, “semillas”, “savia” y “árbol”. Todo el campo léxico gira entorno a lo que el yo lírico sentencia en uno de los poemas: “Envolverme en el bosque es una forma de estar en el mundo”. Leer a Inés Martínez es sentir el dolor de la voz, pero al mismo tiempo palpar ese cobijo de la naturaleza, de la luz. Lo intangible en esta parte habla de la palabra, la mirada, el grito del miedo, los ruidos que produce ese cuerpo exhausto. Lo abstracto en nosotros abre el camino de la interioridad para llegar a ser uno con la naturaleza, para posarse en esa “boca del árbol” en la última parte.

El final es la llegada a la boca del árbol, como se ha mencionado antes, es decir, a nuestro corazón. Esa puerta que se abre al corazón consumado por la voz y la palabra. “Tú eres la luz que necesitan las raíces del árbol”, pronuncia el yo lírico. El poemario es un homenaje a la materia fusionada con el alma y a la sanación. Es un nosotros mismos –con el dolor y los lamentos– dentro de un cosmos hecho por naturaleza que nos sana. Necesitamos del dolor y de la naturaleza para lentamente llegar a la resiliencia.

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