¿El enemigo en casa?

Aterra suponer qué pueden expresar Ayuso, Feijóo, Tellado o Abascal en sus mensajes privados cuando en los públicos son tan proclives a expresar barbaridades.
De los públicos a los privados variaría sólo el objeto de sus dicterios: en los primeros, Pedro Sánchez; en los segundos, muy probablemente sus propios compañeros de partido.
Sin embargo, pese a ser privados, los mensajes cruzados hace años entre el Presidente del Gobierno y el entonces ministro y secretario de Organización del PSOE, delictivamente filtrados a la prensa no se sabe aún por quién, pero que pudiera ser un quién de los que pudiendo filtrar, filtran, siguiendo las sutiles recomendaciones de Aznar, pese a ser privadas, digo, no desvelan nada que no se supiera, como el malo rollo con los barones trabucaires o como la poca gracia que le hacía a Sánchez gobernar con Pablo Iglesias, que ya no es que le quitara el sueño por las noches, sino que tendía a arruinarle las vigilias.
Es más; para ser comunicaciones privadas entre colegas de partido y de gobierno, y en lo particular amigos, no descienden a las simas de brutalidad en las que caen otros en las públicas. Lo máximo, llamar pájara a Margarita Robles, no pajarraca, ni pájara de cuentas, ni pájara de mal agüero, o maltratador a Iglesias en el sentido, tal vez, de mostrarse hacia afuera (elogios a Ábalos) muy distinto al que era por dentro, donde, sin duda, alentaba su ardiente deseo de que al PSOE en su conjunto le partiera un rayo. Pero aun en éste caso, el comentario sobre el podemita se resuelve con una cita de Quevedo en la que aparece una palabra culta, lisonja, rara vez utilizada, acaso por ser culta precisamente, por quienes aprovechan la filtración de esas naderías para exigir al presidente del Gobierno que dimita, a fín, lógicamente, de ponerse ellos.
Aterra lo que alguna gente, tal vez demasiada, dice en público y escribe en privado, pero más aterra, en éste caso, la sospecha de que la filtración pudiera ser obra de un funcionario público, ora policial, ora judicial. Si así fuera, el enemigo no de Sánchez, sino de España, de la democracia y de los derechos fundamentales de los españoles, estaría en casa.