La Patética, versión P.S.

Chaikovski estrenó y dirigió "La Patética" apenas nueve días antes de morir, poco después de enterarse de que tenía una enfermedad terminal fulminante.
El último de los cuatro movimientos es casi un réquiem. Miguel del ARCO, el gran director teatral, ha estrenado hace unos días en el Valle Inclán de Madrid "La Patética" que es una tragicomedia que protagonizan el propio Chaikovski, un director de orquesta moribundo llamado Pedro y Vladimir Putin, "un viaje enajenado, según su autor y director, entre la realidad y la ficción. Los delirios hilarantes de un hombre que se revuelve ante la tragedia de su propia extinción". Dice Del Arco que la acepción "patética" tiene dos significados en el Diccionario de la RAE, algo "que conmueve profundamente o causa un gran dolor o tristeza" y también algo "penoso, lamentable, ridículo".
Un director de orquesta, delirios hilarantes, un hombre al borde de la tragedia, un réquiem. No sé por qué lo he relacionado con la situación polìtica en España, aunque más que una sinfonía o una tragicomedia, lo que estamos viviendo es un esperpento con consecuencias graves. Lo último, lo de los chabacanos mensajes cruzados entre Sánchez y Ábalos, prueba cómo algunos consideran el Estado patrimonio personal, a las personas como instrumentos a usar, abusar y denigrar en función de sus intereses y todo para engañar a todos, a los propios y a los adversarios, todo el tiempo posible.
Dice Maquiavelo en "El Príncipe" que "los que han hecho grandes cosas son los que han hecho poco caso de sus promesas y que han sabido engañar astutamente a los demás hombres y los que siempre han superado a los que se fundamentan en la lealtad". Los hombres son tan necios y obedecen tanto a las necesidades presentes, escribe, que "al engañador nunca le faltará alguien que se deje engañar... Todos ven lo que parece ser, pocos saben lo que eres; y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de muchos, máxime estando protegidos por la autoridad del Estado". Es grave que un Presidente del Gobierno, amparado por sus acuerdos con los que quieren destruir el Estado y la nación, esté procediendo al desmantelamiento de las instituciones. Es grave, aunque sea injustificable, que, a causa de sus acciones, muchos altos cargos no se atrevan a salir a la calle por miedo a lo que les puedan hacer o decir, pero sigan usando las redes y los micrófonos para insultar y descalificar al contrario. Es grave que cada día conozcamos un capítulo más de la degradación de la política y que los ciudadanos hayan perdido la capacidad de crítica, de sorpresa y acepten todo como si fuera normal.
Es grave que el principal partido de la oposición, la única alternativa posible, aún no tenga un programa de gobierno, un proyecto de país, una respuesta o una propuesta a todos y cada uno de los problemas que este Gobierno ha creado o empeorado y para los que ni siquiera ha buscado una solución.
Cinco años después de la pandemia aún no hay un informe de lo que se hizo mal ni un plan de emergencia ante situaciones similares. Meses después de la dana, aún no hay un plan de actuaciones para evitar que se repita ni un estudio de otras zonas donde puede suceder. Semanas después del apagón, aún nadie es capaz de decir qué pasó aunque sí sabemos que todos los responsables sabían que podía pasar. Y ahí siguen en sus puestos. No es fácil encontrar una sola institución, algún organismo público que no estén contaminados por la sospecha o la certeza de su utilización partidista en manos de políticos sin cualificación o sectarios.
Si no fuera por los medios de comunicación, a los que quieren controlar también desde el poder, todos los escándalos quedarían ocultos. Si se pervierte la polìtica y se le da un poder desmesurado -sin el Parlamento, sin los controles democráticos fundamentales, sin la ciudadanía, con razonamientos falsos, sin asunción de responsabilidades, respondiendo sólo a intereses personales, partidistas o sectarios y culpando siempre a los otros- se convierte en inquisición. No sé si esto es un réquiem de alguien que, después de dejar todo, especialmente su propio partido, como un erial, adivina su extinción y se revuelve con todas las armas posibles. Pero sin duda es "penoso, lamentable, ridículo". Patético.