“La humana cosa”, la belleza de lo cotidiano como reflejo de lo sagrado
La poesía es el arte de expresar lo inefable a través de la palabra. Un lenguaje que busca capturar la belleza y las verdades profundas de la vida. Es, en esencia, una forma de conocimiento que conecta lo cotidiano con lo trascendente. Es, en realidad, una cosa muy humana. De esta manera, la poesía contemporánea encuentra en Jaime García-Máiquez (Murcia, 1973) una voz única, que, desde la sencillez y lo hondo de sus ideas, invita al lector a explorar lo esencial de la experiencia humana.
Su antología “La humana cosa” (Renacimiento, 2024), precedida por un prólogo de Luis Alberto de Cuenca, es un testimonio claro de esta búsqueda incesante de lo humano, lo bello y lo trascendente. A través de una exquisita selección de poemas que recogen sus publicaciones anteriores, García-Máiquez ofrece un recorrido por su universo poético, donde la vida, el arte y la espiritualidad se entrelazan en una conversación íntima y constante.
Lo humano y lo divino: una mirada propia
El título del poemario, inspirado en una cita de Dante, ya marca el tono de la obra. Si bien el viaje que propone García-Máiquez es eminentemente humano, lo trascendente —Dios, la espiritualidad, la fe— aparece como una constante en sus versos. En este sentido, el autor se mueve en una tradición literaria en la que lo divino no es ajeno a lo terrenal, sino que lo impregna, lo habita y le da sentido. Como un moderno San Juan de la Cruz, el poeta nos invita a contemplar lo divino en lo cotidiano, a encontrar a Dios en los pequeños detalles de la vida.
Lejos de ser una poesía teológica en un sentido estrictamente doctrinal, lo que encontramos en “La humana cosa” es una experiencia de fe que se manifiesta de manera íntima y sincera, sin grandes gestos ni estridencias. El poeta no pontifica, sino que confiesa, duda, busca. Dios aparece no solo como el ser omnipresente que gobierna el universo, sino también como el compañero de viaje, el interlocutor silencioso ante las preguntas más profundas del ser. Los poemas, en este sentido, funcionan como un diálogo abierto entre el poeta y lo divino, donde la búsqueda de respuestas se mezcla con el asombro ante el misterio. En uno de los poemas, titulado “Mi hora”, escribe: “Entre el crepúsculo y la noche, hay/ un breve tiempo en que la luz no cede/ a deslumbrar o a derramarse en sombra, / que no golpea sino que rodea/ la materia, la abraza con un amor platónico. / Y al quitarle a las cosas su contraste/ de tosco claroscuro, / las perdona de no sé qué pasado/ mezquino, las absuelve/ volviéndose más ellas, / y embelleciendo a todo el que las mira. / Es esta luz con la que Dios ve el mundo”.
La belleza de lo cotidiano como reflejo de lo sagrado
La poesía de García-Máiquez llama la atención por su insistencia en la belleza como una vía para acercarse a lo sagrado. Siguiendo la tradición platónica, el poeta parece sugerir que la belleza no es solo un ideal estético, sino una manifestación de lo divino en el mundo material. En este sentido, cada poema es una suerte de plegaria, un intento de captar lo eterno a través de lo efímero, lo celestial a través de lo terreno.
“[…] Ropa tendida de una casa a otra, / que vuela por los aires como fuegos / de verbena, / que llora / de alegría, que canta / como nubes / de niños; […]”. El autor logra un equilibrio notable entre lo cotidiano y lo trascendente –también con mucho humor–, mostrando cómo lo más humano puede ser también una ventana hacia lo divino. García-Máiquez nos recuerda que, en esas experiencias aparentemente simples, como tender la ropa, se esconde una revelación de lo sagrado, o quizás más bien, una belleza en lo sencillo, que es decir lo mismo, pero de otra manera. Su padre, sus hijos, su infancia, los vecinos, la abuela, las rosas, la lluvia, la ropa tendida, un septiembre son lo humano de esta antología.
Una multiplicidad de voces
Uno de los aspectos más sorprendentes de “La humana cosa” es la utilización de heterónimos, una técnica que García-Máiquez adopta para explorar distintas facetas de su propia voz poética. A través de estos autores ficticios, el poeta se desdobla, se multiplica y se contradice, lo que enriquece enormemente la lectura. Cada heterónimo tiene una biografía propia, una visión del mundo particular y una forma de escribir que contrasta con las otras. Este juego de voces permite a García-Máiquez ampliar el abanico temático y estilístico de su obra, sin perder la cohesión y el sentido de unidad que caracteriza a la antología.
Fernando López de Artieta, el primero de estos heterónimos, es un joven triunfador, arquitecto y poeta; algo más gamberro, cuya voz irreverente añade un tono despreocupado a la obra. “Ir a malas películas/ de cine, y llegar tarde. / No salir, por cenar/ en casa de tus padres. / No poder concentrarme en cometer poemas. / […] Constantemente dar. / Acabar entregándome. / En fin, no cabe duda: / amar es suicidarse”. Sus poemas están cargados de ironía, humor y cierta arrogancia juvenil, lo que contrasta con el tono más reflexivo del poeta principal. Rodrigo Manzuco, por su parte, ingeniero informático, es un minimalista frágil y delicado, cuyos versos son como susurros cargados de nostalgia y melancolía. “El dolor es un músculo. / se estira. / se expande / como el asfalto, y luego / es una piedra torpe/ que pisotean. / El dolor es el hambre/ de hoy, / es el pan nuestro del mañana injusto, / el antiguo olvidado del mundo […]”. Finalmente, el fallecido en 2020, Pascual de Blanes fue un catedrático de provincias, enviudó con dos hijos. Su poesía está impregnada de una tristeza serena, propia de quien ha vivido mucho y ha perdido aún más de las cosas humanas. “Todo lo que uno escribe es testamento, / pero lo escrito con ochenta años / es como ante notario por lo menos. / He muerto mucho y he callado tanto […]”. Cada uno de ellos representa una faceta distinta de la experiencia de los hombres, desde la juventud arrogante hasta la vejez melancólica, pasando por la fragilidad y la duda que nos acompañan en todas las etapas de la vida.
“La humana cosa” ha acompañado mis días estivales para recordarme la importancia de lo cotidiano, de la belleza y de la fe, elementos que adquieren un significado especial cuando el tiempo parece detenerse. A través de su poesía, García-Máiquez nos invita a reflexionar sobre lo que realmente importa: el amor a la vida. Y lo hace con una sinceridad que desarma y una claridad que ilumina. Sin duda, este poemario se confirma como una obra esencial en la poesía contemporánea, donde lo humano se revela en toda su complejidad y belleza.
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