Aquí, de Sánchez a Feijoo, todos interinos. Y, claro, Yolanda

Colocar dos elecciones tan decisivas a menos de dos meses de distancia ha situado al país en una interinidad política que mostrará, de nuevo, que España funciona al margen de quienes pretenden representarnos.
Hoy, ninguno de los principales actores políticos tiene garantizada la pervivencia, aunque solo en eso piensan.
Desde luego, no la tiene garantizada un Pedro Sánchez de cuya sustitución al frente del PSOE se habla, en voz baja, claro, cada vez más insistentemente. Pero ni siquiera Alberto Núñez Feijóo puede ahora contemplar con absoluta confianza su porvenir, pese a que obran en mi poder encuestas, algunas de las cuales se harán públicas en las próximas horas, que le otorgan creciente distancia sobre un Gobierno central que, de puro interino, ya casi ni existe. Porque ¿con qué cara se mirarán todos cuando, este martes, se reúna el Consejo de Ministros? ¿Pueden convivir en la misma mesa Yolanda Díaz, que quiere representar el futuro de la izquierda, con una Irene Montero expulsada, al borde del adiós? ¿Y Sánchez, que ya ha perdido la 'temibilitá' frente a sus barones y frente a una parte de su comité federal? Y ¿qué me dice usted de Nadia Calviño, aún 'número dos' del Ejecutivo, que está poniendo pies en polvorosa rumbo a un despacho en Bruselas?
El país no se para porque sus habitantes no quieren. España es una nación tan fuerte que no necesita a sus dirigentes para mantenerse fuera del caos al que ocasionalmente lo abocan quienes deberían, teóricamente, organizarlo y encauzarlo. Pero el precipitado adelantamiento de las elecciones, aún no explicado por su inductor, ha forzado, entre otras cosas, un acuerdo, muy difícil de creer, en la izquierda de la izquierda, y ha pillado a contrapié a la derecha y a la derecha de la derecha, que no saben muy bien cómo proseguir con sus relaciones o sus rupturas. Pero están forzados, PP y VOX, a entenderse de alguna manera: todos los sondeos les dan, juntos, mayoría absoluta. Y ninguno, pese a ciertas manipulaciones 'monclovitas' en vigor, garantiza que la unión --ya digo: difícil de creer-- preelectoral entre Sumar y Podemos logrará evitar esa mayoría absoluta de la derecha y la derechísima, que alcanzaría, se estima, más de 190 escaños.
Ahora mismo, la interinidad afecta a la propia estructura del partido aún gobernante y no digamos ya a sus hasta ahora socios, incluyendo el nacionalismo catalán, lanzado a pactos de muy extraños compañeros de cama para poder hacerse con la alcaldía de Barcelona. Nadie ha sondeado aún las expectativas de voto de la coalición 'a quince' encabezada por la candidata a la presidencia del Gobierno llamada Yolanda Díaz; pero ella no será la inquilina de La Moncloa hasta que no haya llegado a un acuerdo, a un pacto sustantivo, con el sucesor de Pedro Sánchez tras un congreso extraordinario del socialismo perdedor. O sea, interinidad completa para la izquierda durante una temporada.
Claro, lo de Feijóo es más prometedor: más de la mitad de los españoles cree que debe dejar de haber un Gobierno de izquierda. Y solo poco más del quince por ciento piensa que habrá de nuevo un Gobierno de izquierda tras el 23-j. Pero la interinidad que afecta a Feijóo está más bien en la etapa poselectoral, en cómo logrará manejarse con un tan extraño compañero de cama, en frase de Churchill, como Santiago Abascal. La cuestión de los programas, de cómo se gobernará, qué se derogará y qué habrá que mantener, cómo se resolverán los problemas que aquejan a la población, esa queda para después del 23-J, una vez sustentada la lucha por el poder, el juego de tronos. Mientras, el país, atónito, ojiplático, se prepara para esa atípica jornada que, dentro de cuarenta días, lo decidirá todo. O mucho, al menos.