“La nariz” de Shostakóvich: la inteligencia de lo absurdo

“La nariz” de Shostakóvich: la inteligencia de lo absurdo

“No entiendo de qué se ríe la gente. ¡Esto no hace gracia!”, protestaba un señor del público tras ver el baile de claqué –tan surrealista como maravilloso– que se marcaban las nueve narices en el escenario. Otros no pudieron aguantar lo grotesco durante las dos horas que duró la ópera y, a falta de entreactos, sin mucha queja, se marcharon indignados. Es entendible que esta representación moleste a quienes están acostumbrados a ver una ópera pulcra en la elegancia y cuidadosa con las escenas carnales.

Pero, ¿cómo no va a provocar risas? Si en esa grotesca historia, que se estrenó en 1930, se justifica la inteligencia de este relato. Imaginaos que os despertáis y vuestra nariz no está. Se ha ido, así de la nada. Eso es lo que hizo Dmitri Shostakóvich– basándose en la obra del escritor ruso Nikolái Gógol– en su ópera de 1928, “La nariz”. Una bestial sátira, con mucho margen para que la imaginación se desboque, que caricaturiza la larga era de la Rusia Imperial después de que Pedro el Grande introdujera la Tabla de rangos en el siglo XIX.


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lanariz 4009El protagonista, Platón Kuzmitch Kovaliov (el barítono Martin Winkler), se despierta y descubre que le falta el narizón de la cara, y se embarca en un viaje surrealista para intentar encontrarlo. Su búsqueda le lleva al jefe de policía, a la oficina de su periódico local y a la estación de tren, donde la nariz intenta hacer un último intento de escapar. La nariz vive, respira, camina y se viste con galas, con el fin de ascender de rango más allá del de su antiguo propietario, el ordinario funcionario de San Petersburgo, el asesor colegiado Kovaliov. El humor es inteligencia. ¿Cómo no va a hacer gracia una crítica tan astutamente construida?

Para un director tan audaz como Barrie Kosky, “La nariz” de Shostakóvich es un regalo. Después de su exitosa –para mí gusto un despropósito– representación del cine mudo de los años 20 de La flauta mágica de Mozart en el Teatro Real en 2020, esta nueva producción (estrenada en Covent Garden en 2016, en colaboración con la Royal Opera House, la Komische Oper Berlin y la Ópera Australia) se nutre del absurdo, brillantemente transmitido en la traducción de Mark Wigglesworth, para crear un mundo de ensueño en toda regla.

Kosky lo ha aprovechado al máximo. Un vodevil con bailarines travestidos, que se arropan con ligueros de cabaretera y pañuelos de matrioshka en la cabeza, una mezcla vertiginosa de estilos teatrales y un virtuoso elenco de narices que bailan claqué. Sobre todo, hay un aire de amenaza porque Kosky –siendo Kosky– se ha aventurado más allá de la función tradicional de la ópera, como crítica social, para explorar los recovecos de la psique. ¿Cómo interpretar, por ejemplo, la escena culminante de la mafia, cuando el protagonista se queda en calzoncillos? ¿O su relación homoerótica y abusiva con su criado? ¿Y qué decir de su nariz-pene? Puede que no fuera la intención de Shostakóvich ni de Gógol, pero hay que reconocerle a Kosky su atrevimiento a explorar su creatividad. Aquí, la imaginación del australiano se desboca sin parecer nunca autocomplaciente, ni siquiera cuando incluye un número gratuito de claqué para nueve gigantescas narices. Existe un argumento convincente que afirma que tales trucos traicionan a Gógol y Shostakóvich al convertir su creación –una crítica social– en parodia musical, en un vulgar vodevil. Podría ser cierto, sin embargo, las dos horas de duración de la obra serían muy fatigosas sin la frivolidad añadida.

Pero si es recomendable ver esta obra, no es sólo por la ingeniería de Kosky. El gran mérito lo tiene el elevado nivel de ejecución de la partitura de Mark Wigglesworth y la monumental actuación del expresivo bajo-barítono austriaco Martin Winkler (expresivo tanto corporal como vocalmente). Ya le vimos actuar en el personaje de Conde Waldner en el reciente debut de “Arabella” de Strauss en el coliseo madrileño,

Al frente de un numeroso reparto –hay más de 80 roles en esta ópera, distribuibles en 33 cantantes– Martin Winkler dota de patetismo de manera excepcional al entrometido Kovaliov. Es especialmente conmovedor su lacrimoso lamento por la pérdida de su nariz con el que finaliza el primer acto. Su magnífica actuación justificó con creces la confianza depositada en él, tras haber interpretado el mismo papel en Londres, Berlín y Sídney. Es inusual un cantante que puede reunir la amplia paleta de colores vocales, la desinhibida presencia física y la plasticidad de las expresiones faciales necesarias para dar forma a la caracterización de Kovalov como un payaso triste. Winkler logró todo esto y más con gran serenidad.

No es tarea sencilla descifrar las partituras de Shostakóvich. La música es un ensamblaje de diferentes estilos, como un puzle, que incluye música folclórica, canciones populares y atonalidad. El aparente caos musical fue interpretado exquisitamente por el otro gran protagonista, ya mencionado, el dirigente británico Mark Wigglesworth, un gran estudioso de la obra del compositor ruso. En varias ocasiones la “BBC Music Magazine” lo ha denominado “el mejor intérprete de Shostakóvich de su generación”. Su dirección musical fue lo más atractivo de la noche: consiguió escapar del ruido y poner orden al caos; unos interludios excepcionales, unos pasajes dinámicos, que se fusionaban con el embrollo escénico de Kosky.

Diga lo que se diga, guste o no guste, es un acontecimiento. El Teatro Real está apostando por óperas nunca vistas en su escenario, como es el caso del debut de “La nariz”. Sólo por ello vale la pena darse una oportunidad y salir de la zona de confort. Verdi y Puccini (entre otros muchos) no escaparán de las salas, pero ver una nariz corriendo de una punta a otra es una ocurrencia que no hay que perderse.

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