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“Nada más ilusorio”, la literatura se hace vida en el estreno literario de Marta Pérez-Carbonell

“Nada más ilusorio”, la literatura se hace vida en el estreno literario de Marta Pérez-Carbonell

Marta Pérez-Carbonell (Salamanca, 1982) dedica su primera novela a “todos los que buscan cobijo en la lectura”. A modo de predicción, esta línea define su obra: una trama que se construye en las bases de la propia naturaleza narrativa, incluyendo sus misterios, anacronías temporales, argumentos cruzados y perspectivas sesgadas. Y es que la vida misma es así, incompleta, y de la misma forma se llega a ella, por breves fragmentos separados entre pausas. Solo con una visión externa se llega al todo, o, quizás, a un todo condicionado a su vez por el lector. Esta es una de esas interpretaciones “totales” de “Nada más ilusorio” (Lumen, 2024).

Un viaje nocturno en tren, el olvido de un libro para amenizarlo y la coincidencia de Alicia con dos pasajeros cuya conversación despierta el interés de la oyente son los factores que desencadenan el que sería el trayecto “más memorable” de la protagonista. Inmediatamente, la charla de dos pasa enseguida a ser de tres y Alicia se ve involucrada en los acontecimientos que han desestabilizado a sus acompañantes. La pareja, formada por un profesor y su alumno de tesis, discute sobre la recepción de la novela del primero, puesto que la analogía del libro con la realidad ha generado un conflicto que involucra a más partes de las allí presentes. La protagonista va sumergiéndose y desentrañando los episodios que los han llevado tanto a ellos como a sí misma a ese momento, ese lugar, esos dilemas y esos relatos.


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Con este argumento, Marta Pérez-Carbonell demuestra que maneja los conceptos literarios, y no es de extrañar, puesto que es doctora en Estudios Hispánicos por la Universidad de Londres, ciudad que también está presente en “Nada más ilusorio”. Puede que su carrera narrativa comience aquí, pero su experiencia con las letras no: es profesora de literatura española contemporánea en Colgate University (Nueva York), investigadora de la obra de diversos autores españoles contemporáneos −como Javier Marías− y colaboradora en medios como “The Objective”, “Letras Libres” y “Quimera”. Su trayectoria le ha permitido crear una novela sólida e intrigante, al tiempo que literariamente bella y sensible.

“Nada más ilusorio” confía el peso de la trama a uno de los elementos indispensables de toda historia: quien la cuenta. Los lectores se ponen al servicio de esa figura, que revela paulatinamente las claves que conducen al desenlace. Sin embargo, en este juego de la ficción, es imposible desbloquear totalmente la realidad: solo queda aceptar un monólogo subjetivo, sesgado y adaptado a las emociones que el propio narrador extrae de él. Así conocemos los lectores y, asimismo, Alicia y Bou, el alumno, los recovecos de la intranquilidad del tercero, Terry, que cuida los ángulos de su relato para dejar siempre un espacio que completar con la imaginación. Al mismo tiempo, la joven expone sus propias preocupaciones, decisiones y episodios que la han precipitado a ese viaje, que une Londres y Edimburgo.

“Es verdad que todo mal siempre vuelve: lo que en mi recuerdo era impalpable, como el espectro de un pasado inaudible, ocupaba en ese momento un espacio hecho de palabras corpóreas”. Tal como enuncian estos pensamientos, las palabras se convierten en un personaje más del libro, adquiriendo un papel protagonista que determina todo lo demás. La elección de unos capítulos u otros y la forma de contarlos condiciona la perspectiva de la historia, algo que tanto los personajes como los que están al otro lado de “Nada más ilusorio” comprenden conforme pasan las páginas. La lectura se vuelve adictiva al descubrir los detalles de los conflictos. No obstante, el problema es que, tras pocas hojas, el relato debe acabar, inconcluso o no, y también esto queda a la interpretación personal. No hay sentencias que valgan cuando hablamos de interpretaciones. 

Sin embargo, de la misma forma, esto es un gran acierto: los libros siempre variarán en función del lector e, incluso, del momento vital de la misma persona. El relato tiene tantas interpretaciones como personas que se acercan a él. Esa es la única constante de las historias: la variabilidad de quien la cuenta y la variabilidad de quien la escucha.

La autora sabe lo que hace cuando elige a Terry como emisor y a Alicia como receptora, aunque estos papeles mudan a lo largo de las páginas. La parcialidad, intencionada o no, de la narración, logra que nos planteemos dilemas morales, los límites entre realidad y ficción, la legitimidad de la imaginación y la confianza que depositamos en la versión del “contador”. Siempre hay más versiones, pero ¿cuál es la buena?, ¿existe de verdad una “buena”? 

“Como no tenía otra certeza, me alegré de tener esa, una porción de vida, un instante de nuestras historias”. Quizás lo importante sea siempre cuestionar, preguntar y ahondar; buscar y exigir una verdad que dura lo que dura el tiempo que pasa entre que abrimos el libro y lo cerramos en el punto y final. Y es curioso, porque tampoco eso lo hemos elegido nosotros, pero ¿no reside ahí el encanto de la lectura, en ese carácter “ilusorio”? Cuánto poder tienen las historias. Cuánto poder tiene quien las cuenta.

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