Óscar Puente, fuera de servicio
La situación del servicio de Cercanías en Madrid ha alcanzado niveles de auténtica vergüenza. Lo que debería ser un pilar fundamental para la movilidad de millones de madrileños se ha convertido en un desastre cotidiano, con retrasos y averías que parecen sacados de una película de terror. Y mientras tanto, ¿qué hace el Ministerio de Transportes? Prácticamente nada. Óscar Puente, al frente de esta cartera, parece más interesado en jugar al golf que en abordar los problemas que afectan a la Comunidad de Madrid.
Madrid, una región que debería contar con una red de transporte eficiente y a la altura de una capital europea, sufre las consecuencias de un sistema de Cercanías que se cae a pedazos. Los usuarios están hartos de llegar tarde al trabajo, de perder horas en andenes abarrotados y de un servicio que, en lugar de mejorar, empeora día tras día. Y, mientras tanto, el Gobierno de España sigue haciendo oídos sordos, dejando claro que las necesidades de la Comunidad de Madrid no son una prioridad.
Lo más indignante es la flagrante falta de inversión en una infraestructura crítica para la región. Es casi como si el Gobierno central estuviera empeñado en frenar el progreso de Madrid, una de las comunidades autónomas más dinámicas y con mayor peso económico del país. Pero claro, cuando se trata de repartir fondos, parece que otras regiones siempre salen mejor paradas. ¿Será porque el Ejecutivo tiene otras prioridades o porque, simplemente, a Madrid se le penaliza por razones políticas?
El liderazgo de Óscar Puente en el Ministerio de Transportes es, cuanto menos, cuestionable. Ante las constantes quejas y problemas en la red de Cercanías, lo lógico sería esperar una respuesta contundente, un plan de acción que ponga fin a este despropósito. Pero lo que hemos visto hasta ahora son parches y excusas, cuando lo que se necesita es una reforma a fondo y una inyección de recursos que devuelvan al servicio la dignidad perdida. Sin embargo, parece que la estrategia del Ministerio pasa por esperar a que el problema se resuelva solo o, peor aún, por ignorarlo hasta que ya no quede más remedio que actuar.
En cualquier gobierno decente, la situación de Cercanías habría provocado una crisis interna de inmediato. Un ministro de Transportes que permite que un servicio esencial se degrade hasta este punto no debería seguir en su cargo. En países donde la responsabilidad política se toma en serio, Óscar Puente ya habría dimitido o, al menos, le habrían invitado a hacerlo. Pero en lugar de asumir su parte de culpa y dar un paso al lado, parece que en este caso la estrategia es aguantar el chaparrón mientras los madrileños sufren las consecuencias.
La falta de compromiso con Madrid es evidente y preocupante. La imagen de la región, que debería ser un referente en calidad de vida y eficiencia, se ve gravemente dañada por un servicio de transporte público que se ha convertido en un lastre. Y no solo afecta a la percepción interna, sino también a la externa: cualquier inversor o turista que dependa de Cercanías para moverse por la región pronto se da cuenta de que algo no funciona, y eso no deja en buen lugar ni a la ciudad ni a la Comunidad.
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