“El don”, la novela de Hilda Doolittle: atravesar la realidad a través del recuerdo
Realidad y ficción. ¿Realidad o ficción? Dos planos tan ricos para la literatura como difíciles de distinguir. Acercarse a un libro siempre conlleva el mismo riesgo: creer en la fidelidad intacta de lo escrito o presuponer un elemento imaginativo que queda al servicio de la historia.
Cuando hablamos de recuerdos, podemos encontrarnos ante el mismo dilema, ¿qué parte de los acontecimientos sucedieron tal cual nos lo presenta la mente y cuáles están exagerados o “literaturizados” por la misma?
Hilda Doolittle (1886, Pennsylvania – 1961, Zurich) se acerca a este caos interpretativo con “El don” (2023, Bamba Editorial). Se trata de la reedición de una novela que se publicó por primera vez en 1969 y que forma parte de un exhaustivo trabajo de recuperación de la obra de la autora. De hecho, gran parte de sus manuscritos fueron publicados póstumamente por su hija, Perdita Schaffner, que fue almacenando todo el trabajo de su madre para hacerle finalmente justicia. Sus títulos más populares son “Trilogía” (Lumen, 2008) y “Jardín junto al mar” (Igitur, 2013).
Para conocer a Doolittle es necesario adentrarse en todo lo que se dijo de ella y olvidarlo, al menos lo superficial. H. D., pseudónimo con el que firmaba en su faceta literaria, fue una escritora que cultivó prosa y poesía, enmarcada esta última dentro del estilo imaginista (influenciado sobre todo por el simbolismo francés de Mallarmé). En cuanto a su persona, tuvo varios puntos equidistantes con la sociedad de principios del Siglo XX. Uno de ellos fue su manera de entender las relaciones y vincularse emocionalmente. Ahora sabemos que probablemente tenía una orientación bisexual y poliamorosa, pero en la época se la tachó de “promiscua”.
Las etiquetas no le impidieron seguir su carrera, muy marcada por los versos de intensa pulsión amorosa de la poetisa griega Safo, que ella trasladó a los suyos propios con un mayor concretismo, no por ello menos pasional. Esto también se relaciona con su inclinación cinematográfica, motivo por el que convierte las escenas y emociones en imágenes precisas, pero que confluyen en constante movimiento. De hecho, fue tal su admiración por la materia que llegó a ser crítica de cine y a participar incluso en varias cintas.
En “El don” encontramos una de sus creaciones en prosa, una novela semi autobiográfica que, desde el primer momento, nos presenta los recuerdos difusos y fragmentados de la autora, con la peculiaridad de que es una voz infantil quien los recrea. Es fácil entender cómo percibe la vida un niño, de la forma más complicada: con episodios dispersos y con un toque de irrealidad que solo admite esa visión, tan limitada como lo es lo que le llega del mundo exterior. Por ello, los vacíos de información se completan con preguntas atolondradas y juegos simbólicos. De estos mismos se vale Hilda Doolittle para adentrarnos en algunos de los puntos esenciales de su biografía, pues en casi ningún momento abandona esa aura infantil.
No obstante, o quizás por esta razón, la lectura no es sencilla. Los capítulos se caracterizan por saltar de uno a otro suceso a partir de asociaciones por recuerdos. A esto colabora la repetición y acumulación de imágenes que conectan unos fragmentos con otros e, incluso, también con referencias mitológicas, espirituales y artísticas. Cabalgamos a lomos de su memoria, aunque esto también nos lleva a cuestionar dónde se sitúa la línea entre ficción y realidad. E, intrínsecamente, de la misma manera plantea la necesidad de seguir recordando para no olvidar nada. Hay casi una búsqueda imperante por resucitar todos esos instantes y traerlos de vuelta, agarrarlos fuerte para que no se escapen y corroborar que sí pasaron. Sin embargo, esto se convierte en una tarea más compleja de lo que en un primer momento podría presuponerse.
Pese a que, conforme pasan los capítulos, vamos conociendo más de su hogar y de su familia -siempre a modo de collage-, no podemos evitar ser conscientes del frenetismo que caracteriza estas descripciones. La rapidez del ritmo, los cambios de narrador -tanto en primera, segunda y tercera persona-, el ruido y los saltos conceptuales son elementos constantes durante la narración, pero todos tienen un sentido. Es necesario entender las claves en las que se han escrito estas páginas para identificar que, debajo de la búsqueda del recuerdo, también está la búsqueda de ese “don” que da nombre al libro. La misma incomprensión infantil que guía a la autora es la que nos hace preguntarnos quién conduce esta historia, qué motivación hay detrás, por qué los sucesos se relacionan de la forma en que lo hacen y qué es y dónde reside el “don”. Y, aunque cueste, al final es posible responder.
“Nos habíamos visto cara a cara con las realidades finales. Nos habían sacado a empujones de nuestra dimensión ordinaria del tiempo y habíamos cruzado el abismo que divide el tiempo del tiempo-fuera-del-tiempo o de lo que ellos llaman eternidad”. En el último capítulo se revela la verdad. Hilda Doolittle escribió esta novela en los años 40, coincidiendo con una época de guerra convulsa. A veces agarrarse al don de cada uno -en su caso, la literatura-, y a los recuerdos, es la única forma de parar el tiempo con el propio tiempo. Supone escapar de él a través de él y sujetar lo vivido como una prueba irrefutable de que pudo vivir e intentar que esto haga más ruido.
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