“Lecciones” de Ian McEwan: lo global siempre repercute en lo individual
En la nueva y extensa novela (584 páginas) de Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948), “Lecciones” (Anagrama, 2023) un hombre evalúa la trayectoria de su vida desde la infancia hasta la vejez, centrándose especialmente en lo que considera sus giros erróneos y sus decepciones.
Se trata de una historia especialmente personal, que recorre no solo la vida de un niño, luego de un hombre y finalmente de un anciano, sino también de décadas de turbulentos acontecimientos históricos: la Segunda Guerra Mundial, el nazismo, los traumas de la generación de posguerra, la crisis de los misiles en Cuba, la caída del muro de Berlín, Chernóbil, el colapso de la URSS... Llega también hasta nuestros días con el Covid-19, el aislamiento, la Inteligencia Artificial, el calentamiento de la tierra, la desaparición de animales y plantas, los sistemas alterados de los océanos. Lo global repercute en lo individual. Si no fuera por la caída del muro de Berlín, por ejemplo, el protagonista hubiera tomado decisiones totalmente diferentes. Pero no es de buen gusto desvelar aquí esos hechos.
La historia comienza con el afeminado protagonista de la novela, Roland Blaine, un niño de once años que ve cómo hay un giro de guion en su exótica y despreocupada vida en Libia para irse solo a un internado en Inglaterra. La crisis cubana está a punto de jugar un papel muy importante en la vida del chico. Es el horror del posible uso de armas nucleares durante la Guerra Fría lo que hará sentir a Roland que nada tiene sentido. El mundo pronto desaparecería de todos modos, así que ¿por qué no ser valiente y poco razonable? Así es como decide visitar a su profesora de piano y cambiar su destino para siempre.
Roland siente que nunca ha estado a la altura de su potencial, ni profesional ni de otro tipo, empezando por su pésimo rendimiento académico. Con la intención de superarse, se esfuerza por compensar su frustrada educación formal con un ambicioso curso de lectura autodirigida, pero sigue lamentando su incapacidad para ganarse la vida más allá de la subsistencia con versiones edulcoradas de sus talentos: tocando el piano en una coctelería en lugar de en una sala de conciertos, enseñando tenis en lugar de competir en él, escribiendo tarjetas de felicitación en lugar de grandes poemas.
En las primeras páginas de la novela, McEwan presenta hábilmente a Roland y las dos experiencias que le han cambiado la vida con dos décadas de diferencia: la depredación sexual en el internado y el abandono matrimonial como padre primerizo. Más adelante se plantean otras cuestiones, como la relación entre el arte y la vida y la cuestión de si el genio puede coexistir con la felicidad o justificar el mal comportamiento. Algunas de las respuestas de la novela pueden sorprender al lector.
El escritor crea un personaje muy profundo que evoluciona a lo largo de las páginas. Roland nunca consigue encontrar su sitio. Vive en alguna casa y tiene algo de dinero. Se convierte en una persona pasiva ante los hechos más que en el motor activo de su vida. Nunca termina nada. Pero es capaz de reflexionar, de vivir los acontecimientos desde su tranquilo rincón de intelectual sensible, y aunque su punto de vista no siempre es original, su brújula no se desvía a causa de modas o tendencias. Conserva su sentido de la historicidad y, a diferencia de muchos de sus coetáneos, no se convierte en un defensor izquierdista de los crímenes soviéticos por el mero hecho de desaprobar también la guerra de Vietnam.
Sin embargo, no se puede tomar la novela como una crónica del Siglo XX, enredada con algunos recuerdos y reflexiones personales. Son más interesantes, no tanto los acontecimientos formales, o las futuras lecciones históricas, como la atmósfera definida por ellos, que influyó en importantes elecciones vitales. Esta es también la novela más cálida de McEwan hasta la fecha, quien siempre ha impresionado a la que escribe esta reseña con una prosa inteligente pero algo fría.
McEwan es un escritor que se interesa por los problemas del mundo y su ficción nunca está aislada de esos males, quizá en esta novela más que en ninguna otra suya. También hace que algunos temas y acontecimientos recientes, como la pandemia y el Brexit, suenen más como un guion de documental (la ficción literaria parece tener más facilidad para dar sentido a acontecimientos que ocurrieron hace mucho tiempo), pero en ningún caso estropea el placer de la lectura. La historia de los personajes no estaría tan completa si faltaran estos hechos.
“Lecciones” es uno de esos libros en los que el escritor hace que el lector se pregunte qué habría pasado si no hubiera sucedido ese exacto acontecimiento, sino otro en su lugar. El propio Roland cae a menudo en reflexiones similares, imaginando cómo habría sido él en otras circunstancias, ¿quién de nosotros no ha hecho eso al menos una vez?
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