“El impulso”, la segunda novela de la autora de “Almendra”
Para empezar a hablar de “El impulso” (Temas de Hoy, 2023), primero hay que conocer las motivaciones tras la novela. La autora, Won-pyung Sohn (Corea del Sur, 1979), cuenta en la última parte del libro que este surge de una petición que leyó en Internet: una usuaria quería que alguien escribiera sobre el fracaso y la superación personal. “El impulso” nace de esa necesidad por reconocer un “impulso” que logre sacarnos del abismo. ¿Se podría decir que alcanza este objetivo? Como respuesta a esta pregunta, solo cabe sumergirse en la historia de Andrés Kim Seong-gon y evaluar si el resultado es efectivamente satisfactorio, no necesariamente proporcional al triunfo del protagonista.
Won-pyung Sohn es conocida mundialmente por el éxito de su primera novela, “Almendra” (Temas de Hoy, 2017), cuya fama se ha expandido gracias al fenómeno “bootok” (creadores de contenido en TikTok que hablan sobre libros). Quizá lo sobresaliente de esta primera publicación es el tratamiento de la alexitimia, condición médica que padece el personaje principal. El diagnóstico le impide reconocer y expresar emociones, pero a lo largo de las páginas el protagonista consigue crecer e incluso permitir que otros lo ayuden. A pesar de que su trabajo se inclinaba por argumentos entre ficción y realidad, precisamente este relato de humanidad y verdad es el que le ha concedido a Won-pyung Sohn el título de “autora coreana del momento”.
Sin embargo, “El impulso”, que pretendía absorbernos con un nuevo ejemplo de coraje y resiliencia, no ha llegado a la profundidad de su predecesor. La trama comienza con Andrés Kim Seong-gon a punto de lanzarse a un río, ya que considera el suicidio como la única alternativa a una vida que no ha hecho más que acumular fracasos. El motivo por el que al final decide no hacerlo es nimio, pero en su camino encuentra razones que, si bien a simple vista son igual de nimias, consiguen proporcionarle un sentido coherente para seguir.
La historia repasa las relaciones personales y profesionales del protagonista, al tiempo que profundiza en el pasado que lo ha conducido al punto crítico del presente. Previa contextualización, vamos adentrándonos en la novela sin tener claro cuál es el rumbo que va a llevar. Y lo cierto es que, mientras avanza, no nos encontramos más conformes con los capítulos que van aconteciéndose. Con reflexiones como “entonces ignoraba que los momentos perfectos se crean de la más ordinaria cotidianidad” o “la oportunidad puede darse incluso en una vida apagada” llegamos a la conclusión de que, pese a querer plantear un dilema serio, la ejecución se queda en la superficie.
Los libros son lo que muestran, no lo que dicen, y este caso peca de lo segundo. La acertada moralidad gris y sin idealización de un hombre que busca cambiar comienza a nublarse contrariamente por un exceso de “romantización” del progreso, una idea que bien puede caer en reflexiones propias de la autoayuda. Consejos tenemos todos y transmitirlos con un fin altruista y real no es siempre una tarea fácil. Ayudar al prójimo puede tornarse, en ocasiones, delicado y precisar, por tanto, una atención especial y un trato cauteloso; ambos ausentes en “El impulso”. A esto se suma que, a lo largo de los episodios, nos encontramos con temas sensibles –como el del suicidio–, que deberían ser advertidos a un posible lector afectado y, asimismo, abordados con cuidado.
Ante al final, podríamos suscribir las palabras del narrador: “el mayor dilema de la vida es que nunca se queda estática, sino que está en constante movimiento y fluye sin objetivo ni dirección determinada”. Sin embargo, sin ser falsa, esta premisa falla en el desarrollo, efectuado en un ritmo brusco y anticlimático, que imposibilita que podamos conectar con el desenlace y la “resolución” de la historia. Un buen libro no necesita una conclusión cerrada, pero sí, tal como busca el propio protagonista, un sentido coherente.
Si “El impulso” es un buen o mal ejemplo de aquello que solicitaba la usuaria del principio, queda por supuesto relegado a la opinión de cada uno de los lectores. No obstante, pueden enumerarse las razones por las que, en este caso, la evolución de Andrés Kim Seong-gon no ha terminado de convencer. Además, la prosa recurre a elementos poco acordes con el tono o, en su lugar, con los recursos naturales de nuestro idioma, lo que dificulta la lectura. Aunque bien es cierto que a este parecer hay que subrayar que la traducción del coreano no debe de ser una labor sencilla.
En definitiva, la segunda publicación de Won-pyung Sohn no logra alcanzar sus objetivos a este parecer. Teniendo en cuenta que aquí entra el gusto personal del lector, es difícil no acordarse de aquello de que las comparaciones son odiosas, bien con “Almendra”, bien con libros de autoayuda. Ojalá con el tiempo consigamos argumentos contemporáneos que sí reflejen las vicisitudes del hombre moderno y trasladen un acompañamiento que, sin ser siempre evidente, sí sea cálido y reconfortante. Construya y no cuente. Muestre y no diga.
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