Réquiem por las Artes y las Humanidades

Réquiem por las Artes y las Humanidades

“No es necesario quemar libros para destruir una cultura. Simplemente haz que la gente deje de leerlos. “-Ray Bradbury.

No nos va a quedar otro remedio que darle la razón a Bradbury. Si nos preguntasen por representantes de la cultura española, entre nuestras respuestas más probables estarían personalidades como: Velázquez, Goya, Cervantes, Emilia Pardo Bazán, Clara Campoamor o Camilo José Cela. Es curioso que consideremos como constituyentes esenciales de nuestra cultura a profesionales (artistas) de áreas de conocimiento que hoy día relegamos al último plano. Admiramos y promocionamos a Pablo Picasso, que comenzó sus estudios en bellas artes con trece años, al mismo tiempo que impedimos a toda costa que se forme el próximo gran pintor español. Al Pablo Picasso nacido en el siglo XXI, seguramente a sus trece años, cuando empezó a manifestar intereses artísticos, se le avocó al paro, se le hinchó a particulares de matemáticas e inglés y ahora está estudiando ADE.


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Según datos del Ministerio de Educación, del total de matriculados en universidades en el curso 2021-2022 (1.338.304), tan solo alrededor de un 10,5% escogieron grados de la rama de artes y humanidades (140.969). Esto, además, comporta un descenso progresivo, teniendo en cuenta que solo 35 años antes (curso 1986-1987) el porcentaje de alumnos de esta rama constituía un 17,5% (158.111).

Se dice que las humanidades cada vez interesan menos. Habría que matizar esto. No parece muy plausible que tras siglos de historia la humanidad haya cambiado de repente sus motivaciones e intereses. Es cierto que con el progreso de la ciencia y la tecnología requerimos de más técnicos e informáticos, capital humano especializado adaptado a un sistema económico cada vez más digitalizado y globalizado. El error está en focalizarnos únicamente en eso y devaluar el resto de conocimientos que no tienen una aplicación clara e inmediata al capital. De mantras a los que estamos expuestos desde la infancia como: “el arte es morirse de frío”, “letrasados”, “los que valen van a ciencias y los que no, a letras”, viene el desprestigio que sufren las humanidades. Y el resultado es que cada vez más niños quieren ser tiktokers o no saben lo que les gusta porque han sido educados en la pasión por el capital y su meta vital es la rentabilidad económica. Antiguamente el fin era, una vez descubierta la vocación de uno, poder vivir realizando dicha vocación. Ahora el fin es el aumento de beneficios. Lo de la vocación y el sentirse realizado se convierte, a menudo, en algo complicado, dentro de un mundo técnico y autómata en el que cada vez se restringe más el espacio y el tiempo para la introspección y la reflexión. En este sentido hacemos relucir nuevamente la predicción del autor de Fahrenheit 451: “No es necesario quemar libros para destruir una cultura. Simplemente haz que la gente deje de leerlos”. Cada vez educamos más a nuestros jóvenes para perseguir el crecimiento monetario y olvidamos fomentar el crecimiento interior. El aprendizaje se convierte en un trámite memorístico para alcanzar un objetivo. En este sistema ya no cabe el amor al conocimiento, la filosofía. Entonces, todas esas figuras que comprenden en el imaginario colectivo la cultura española, paulatinamente, van transformándose en meros nombres que aparecen en un libro de texto. Nombres que dejan de significar algo importante. Surge el argumento en muchas ocasiones de que los estudiantes podrían, por su propia cuenta, visitar los museos, leer las grandes obras literarias y acercarse a la historia y la filosofía. Y se les culpabiliza por su falta de interés. Pero siendo realistas, no puede pasar inadvertida la importante labor del docente. En la enseñanza pública es donde debemos hacer florecer en estas mentes inmaduras el deseo de profundizar en el conocimiento de las causas últimas, del arte; el espíritu crítico capaz de plantearse dilemas éticos; la curiosidad por entender de donde viene el ser humano. Desde luego no lo vamos a lograr con el bombardeo constante de mensajes negativos que menosprecian y califican de inútiles las humanidades y las enseñanzas artísticas. Y sería una pena que nuestras generaciones futuras se perdiesen la oportunidad de experimentar el goce de leer un buen libro o el deleite de contemplar un cuadro que no sabes por qué razón te remueve algo por dentro. Qué cosa tan humana. ¿Cuál es exactamente el legado que queremos dejarles a estas generaciones venideras?

Precisamente, el pasado 16 de marzo, estudiantes de artes y humanidades de la Universidad Rey Juan Carlos de Fuenlabrada celebraron una asamblea con motivo de la preocupación que generaron ciertas propuestas emitidas desde rectorado. Entre ellas se incluye la extinción de dobles grados de estas ramas y la intención de marginar, cada vez más, los grados simples de estas áreas de conocimiento, comenzando por trasladarlos al campus más aislado de toda la universidad. A la salida de la exitosa reunión, los estudiantes de artes y humanidades encontraron un cartel que contenía el siguiente mensaje: “Dejad de quejaros y ponedme mi big mac”. No puede haber sentencia más ilustrativa de la denostación que sufren los estudios humanistas. Tampoco es la primera vez que escuchamos cómo a los estudiantes de letras se les pronostican empleos precarios. Sin embargo, no deja de ser triste que, a las mentes cultivadas en los grandes clásicos, en la creatividad, en el arte, en la historia de la humanidad y en el espíritu crítico, la sociedad no les encuentre más utilidad que trabajar en una cadena de comida rápida.

Respecto a esto, parece que el panorama no es completamente negro y que en determinados sectores se empieza a dar a las artes y las humanidades el reconocimiento que tanto se merecen. Rosa García (ex presidenta de Siemens y Microsoft en España y vicepresidenta de Microsoft en Europa Occidental) declara: “muchas de las grandes innovaciones a lo largo de la historia han salido de mentes de letras, como Julio Verne. Después de que alguien, entendiendo muy bien la sociedad en la que vive y cuáles son las necesidades futuras, es capaz de soñar un invento, es cuando un ingeniero es capaz de construirlo. Por eso es tan importante la unión de estas dos ramas”.

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