“Arabella” de Strauss y su primera vez en Madrid

“Arabella” de Strauss y su primera vez en Madrid

La monarquía se ha hundido, la democracia ha fracasado, el fascismo está en marcha. ¿Y qué hacen Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal?

A finales de los años veinte, el compositor y su libretista rememoran la vieja Viena de la época imperial con la ópera “Arabella”. Debía de ser una especie de nueva edición de “El caballero de la rosa” y enlazar así esta ópera en la que ellos dos habían trabajado juntos y habían triunfado. Sin embargo “Arabella” se convirtió en un canto del cisne dos décadas más tarde: el escritor murió en 1929, cinco días después de hacer las últimas correcciones al libreto. Cuando el estreno tuvo lugar en Dresde en 1933, Hitler ya estaba en el poder, y el compositor se sometió a la apropiación de la dictadura nazi.


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Ambas óperas (“El caballero de la rosa” y “Arabella”) tienen en común una Viena opulentamente representada como escenario de acción. Y ambas miran hacia atrás: la primera al absolutismo de María Teresa, la segunda al Gründerzeit bajo el emperador Francisco José I. Mientras que “El caballero de la rosa”, una comedia de enredo, estrenada poco antes de la Primera Guerra Mundial, soñaba con una sociedad intacta movida únicamente por las travesuras y las intrigas, “Arabella” describe una época que establece duras distinciones entre vencedores y vencidos. La familia aristocrática de Arabella se ha hundido económicamente; solo el matrimonio de su hija con un hombre rico –que aparecerá en el papel de Mandryka– puede ofrecerle una salida. Mientras tanto, Zdenka, la hermana de Arabella, se ve obligada a disfrazarse de chico porque no hay dinero para introducirla en la sociedad como una mujer de verdad. Hofmannsthal logró retratar una sociedad llena de doble moral: codicia por el dinero y anticuadas nociones del honor, que se ve sacudida por dos hermanas desiguales. Y Richard Strauss compuso para ella una música sutil, más inclinada hacia el “parlato” que hacia la dicha del vals.

Aunque “Arabella” nunca alcanzó la popularidad de la más eficaz “El caballero de la rosa”, estableció su propia tradición interpretativa como obra representada con regularidad. Lisa della Casa, soprano mozartiana que fue admirada por el mismísimo Richard Strauss, se convirtió en la principal intérprete del papel titular en los años 50 y es venerada hasta hoy: Lisa della Casa y “Arabella”, es como decir Maria Callas y “Tosca”.

Es la primera vez desde su estreno en 1933 que la ópera llega al Teatro Real de Madrid. Se han preparado siete funciones con la propuesta escénica del alemán Christof Loy, la misma que se presentó en el Liceu de Barcelona en noviembre de 2014. Loy cosechó un gran éxito con su visión de “Arabella” y en la ciudad condal recibió el premio de los Amics del Liceu como mejor espectáculo de ópera en aquella temporada y Loy fue elegido mejor director de escena por el montaje. La escenografía está pensada con gran lucidez. Se trata de un escenario pulido y limitado de elementos. En dos planos, uno, el del realismo y el otro, el psicológico, la vida oculta de los pensamientos. Una producción escénica en blanco puro, con un rotundo marco comedido y recreando diferentes espacios que van rotando a medida que cambia la escena. Loy apuesta por una perspectiva más actual –nada queda de la Viena del siglo XIX – y demuestra una gran inteligencia en los detalles: un espacio casi quirúrgico que encierra los personajes en el tercer acto para que descubran sus miserias y un abismo oscuro que se abre para que la pareja, ya reconciliada, pueda quererse por toda la eternidad. Un final algo tenebroso, pero con una doble moral expuesta a la perfección. 

Sin duda, la dirección musical fue lo más cabal de este gran estreno. El alemán David Afkham – titular de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE)– estuvo a la altura de la primera vez de Arabella en la capital española y se llevó la ovación de la noche. Interpretó la partitura alemana con gran lucidez y convirtió las tres horas de música en un festejo straussiano. Akham tiene la gran capacidad de analizar casi obsesivamente las piezas complejas del compositor austriaco y de bucear en el interior de las notas para que suene grandilocuente. 

El reparto tampoco se queda corto y goza de un altísimo nivel. La soprano estadounidense Sara Jakubiak (Arabella) –una de las promesas norteamericanas– se estrenó en el coliseo madrileño con una fuerza impresionante, con una voz imponente, desde el comienzo hasta el final de la ópera. Supo hacer el papel correcto: Arabella es delicada y sensible, pero a la vez es una mujer fuerte y tenaz, empoderada. La soprano belga Sarah Defrise (Zdenka, travestido en hombre) empezó magníficamente el primer acto, pero a medida que llegaba el tercero (el último) se le notaba más fatigada con una voz algo más débil. El austriaco Josef Wagner (Mandryka) es un buen barítono y estuvo a la altura, pero quizás con una voz demasiado ligera para este papel. Quien destacó especialmente con una voz diáfana y pura fue el tenor estadounidense Matthew Newlin (Matteo). Destacable también la gran mezzosoprano sueca Anne Sofie Von Otter (Adelaide).

En definitiva, a pesar de que hubo algunos abucheos para Loy, también hubo muchos aplausos y uno sale del Teatro Real con buen sabor de boca, con el alma sobrecogida y la conciencia trastocada.



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