Bancos

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A mí los únicos bancos que me caen simpáticos son los bancos de los jardines públicos, y los uso en raras ocasiones, porque prefiero pasear a sentarme. Los otros no tengo más remedio que usarlos, porque prefiero vivir en un régimen capitalista que en uno comunista, donde los bancos nacionalizados estarían dirigidos por un camarada, amigo del camarada secretario general.

Pero, repito, no me gustan. No me gustan sus fusiones, ni su opacidad informativa, donde te enteras de que están cobrando una comisión, cuando compruebas que la estás pagando; ni su desprecio generalizado al cliente, ni su robotización, que te envía a saber -en emociones propias- lo que es la desesperación de no poder comunicarte con un ser humano.


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También me molesta su pretendida exquisitez de comerciantes elegantes, total, porque en lugar comprar y vender cerdos, o zapatos, o automóviles, o pollos, compran y venden dinero.

Explicada, pues, mi escasa simpatía hacia los bancos, salgo en su defensa, porque los demagogos que pululan por el Gobierno, y se sientan en su Consejo de Ministros, enarbolan estos días los 64.000 millones de euros, que se dedicaron al rescate de los bancos. Pero, en su mayor parte, no fue un rescate a los bancos, sino a las cajas de ahorros, donde su consejo de Administración se nutrió de amiguetes sindicalistas, conmilitones del PP o del PSOE, que manejaron algo tan serio como si fuera un tómbola. Las tarjetas black, las recomendaciones a los amiguetes para que les dieran un crédito, las presiones sobre los profesionales, dejaron a muchas cajas de ahorros en quiebra técnica. Algunas, gracias a preservar su profesionalidad, como Ibercaja, resistieron, pero muchas hubo que rescatarlas o presionar a otros bancos a que las compraran como sucedió con el Banco de Valencia.

Intentar sacudirse la bronca del Banco Central Europeo al Gobierno -por el deslumbrante y escandaloso impuesto arbitrario a la banca- con el recuerdo del desastre financiero de las cajas es una más de las fullerías de un Gobierno que no nos trata como ciudadanos, sino como gilipollas.

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