“La encomienda”, cuando las fisuras y los anhelos del pasado se convierten en relato

“La encomienda”, cuando las fisuras y los anhelos del pasado se convierten en relato

Gabriel García Márquez decía que “la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado” y para la protagonista de “La encomienda” (Anagrama, 2022) el pasado está cargado de nubosos recuerdos que explican su presente. Margarita García Robayo (Cartagena de Indias, 1980) ha vuelto al género de la narrativa con una novela cargada de emociones. Miedos, soledad, recuerdos y relaciones sostienen las líneas de esta novela que es, sin duda, sinónimo de un proceso de introspección. 

La protagonista de esta obra vive en Buenos Aires, a cinco mil kilómetros de la tierra que le vio nacer; está contratada como escritora en una agencia de publicidad, aunque su deseo reprimido es escribir una novela. Quiere conseguir una beca que le permita estudiar en Holanda y mantiene conversaciones telemáticas con su hermana. Son dos personajes de novela que no tienen nombre, con un relato en primera persona contado por la protagonista exiliada que recibe encomiendas de su hermana a menudo. Hasta que la recepción de una de ellas marca un antes y un después en su vida: una caja imposible de abrir. Pero hay más hechos que determinan la narración: su trabajo, su pasión reprimida, su pareja, su gata y unos vecinos peculiares. 


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En la totalidad de sus páginas, la novela recoge un relato que grita anhelos y deseos, incertidumbres y cuestiones relevantes. La protagonista, en sus monólogos interiores, se pregunta acerca de las relaciones familiares, en concreto, la que no tiene con su madre. Un distanciamiento que se ha visto agravado por sucesos que ponen en juicio el significado del amor para la joven exiliada. En una parte de la narración, asegura que “los padres son el hueco en el que uno pega el ojo para espiar la infancia”, una infancia que no conoce porque la relación con su madre se vio truncada y la distancia con su hermana no le permite un contacto estrecho. Pero la protagonista no pregunta, no entra en cuestiones de la infancia porque asegura que hay “información que prefiere no tener”. 

“La encomienda” permite empatizar con su protagonista sin conocer siquiera su nombre. Es un relato íntimo, aunque la única información que la protagonista pone en manos del lector es su puesto de periodista, pero sus sentimientos e inquietudes permiten al lector acercarse a su persona. Su mente es un laberinto, lleno de aristas y complejidades que convierten la lectura de esta novela en un rompecabezas con muchas cuestiones. Pero los acontecimientos se desarrollan de una forma brillante hasta dar con la pieza que resuelve este enigma. 

Es una novela que cubre el dolor tanto como la protagonista esconde las fisuras de su historia. Pero también es una obra de aprendizajes, de aprender a mirar dentro, a escuchar, a sentir, aprender del pasado y del presente. La protagonista también reflexiona sobre el dolor y el llanto con un carisma inigualable. Llega a la conclusión de lo liberador que es un simple llanto y dice: “cuanto más intenso es nuestro llanto, más poderosa es la corriente que se lleva todo por delante” y con esta reflexión, lo dice todo. 

La novela de la autora colombiana está llena de conjeturas perfectamente hiladas, capaces de revolver en el interior de quien se enfrenta a este relato. Su protagonista es tan firme como susceptible a la grieta y eso convierte esta obra en una síntesis de cómo podemos ser fuertes y débiles en cuestión de segundos ante cualquier abismo. Porque, como dice la protagonista de esta narración “cualquier rutina, por sólida que sea, es arrasada por lo imprevisto”.