Antonio Pampliega, un periodista comprometido

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Unas cuantas comprobaciones de señal, unos “buenos días” y los posteriores agradecimientos que nos regalamos anteceden a la entrevista. Antonio Pampliega (Madrid, 1982) atiende el otro lado de la línea. Conocido por su labor como periodista y corresponsal de guerra, además de por el secuestro −a manos de Al Qaeda− que frenó su vida durante diez meses, esta vez se adentra en la escritura literaria con “Flores para Ariana” (Crossbook, 2021). La novela sigue los pasos de una niña de 14 años cuyo destino se ve condicionado por el régimen talibán. Pampliega ha visto y ha escuchado la realidad afgana, por lo que para él es de total relevancia acercar, a ojos de la protagonista, lo que sufren tantas mujeres. De esa novela ya hablamos hace unos meses, ahora procedemos a charlar con su autor.

“Bueno, ¿tú tienes alguna duda?” “No, ninguna, que cuando quieras empezar aquí estoy, aquí me tienes”. Las risas que devuelven el turno de palabra invitan a empezar. Comenzamos hablando del juego de la ficción, de la facilidad de basarse en historias reales, pero de la libertad que le ofrece dotar de una primera persona a sus personajes. Una idea que vino después, pero de total acierto: las experiencias de Ariana no llegan de la misma manera si están narradas por un extraño que por ella misma. “Yo, de hecho, tuve que dejar el libro unos cuantos días porque no era capaz de continuarlo. ¿Es este tipo de reacciones las que buscabas?” Pampliega es un periodista cuyos fines están claros: no, la realidad bélica no es temporal, no termina al apagar el telediario y no se volatiliza cuando deja de ocuparlo. Un “ya que nos da igual Afganistán” brota con rabia y firmeza de sus labios para enunciar que efectivamente “el objetivo es que tú seas Ariana”. Captar una verdad palpable a través de las palabras y transportarte a ella con el simple abrir de un libro no es fácil y, sin embargo, la precisión de Antonio en el relato consigue, y así se lo hacen saber aquellos que lo han leído, plantarte en medio de Afganistán y obligarte a vivirlo. Durante hora y media/dos horas, en el sofá mientras duerme a la niña, como Pampliega, o en la cama, como yo, somos Ariana. Objetivo conseguido; es accesible, es entendible y es dura y sobrecogedoramente real.

antonio pampliega 2Nuevamente, risas ante mi espontaneidad, “yo necesito unos días de luto tras leerme un libro” y una correspondencia agradable al comprobar que compartimos el mismo sentimiento. No obstante, el vacío de “Flores para Ariana” es distinto, es demoledor, es necesario y es catártico: como si de un cuadro se tratase, Antonio toma como lienzo al lector y pinta en él, paso a paso, capítulo a capítulo, unas emociones concretas a través de sus letras. Con un “99 %” de fiabilidad, los testimonios de distintas mujeres confluyen en la protagonista y apuntan a la audiencia, directa y decididamente; no hay escapatoria, solo vaivenes temporales. “Que no se olvide lo que se está viviendo allí”. Indica en este punto un deseo fundamental: “que se entienda la suerte que tenemos de haber nacido donde hemos nacido”. Quizás puede percibirse como un pequeño gesto, metonimias que trasladan a papel un mundo, pero es importante que la voz sea utilizada como instrumento de alarma, como representación de todas aquellas mujeres que, aun teniendo una, son incapaces de emitir sonido, de enunciar sus finales trágicos. Sin embargo, aquí el periodista me confiesa que dudó: “no estamos acostumbrados a los finales realistas”, pero, él mismo se descubre sintiendo un rechazo hacia la mentira piadosa de la felicidad como cierre. “Es que en Afganistán no hay finales felices, es que la gente no es feliz, por eso nadie quiere estar allí”. La realidad es tajante. 

El “¿es que vivimos ajenos a todo?” que pasa por sus pensamientos y se materializa en la conversación advierte de la crítica que, como propio periodista, destina al oficio. Entiende que aprovechar el espacio escrito para hablar de aquello que conoce, aquello que ha visto con sus propios ojos y que las columnas no terminan de transmitir, es una forma de involucrarse y no perderse en la vorágine continua de la transitoriedad mediática. Así, la novela, basada en la documentación y la experiencia, le sirve como instrumento a su labor, ya no solo a nivel profesional, sino personal. No pretende una gran maestría en los trazos, sino una rigurosidad y empatía capaces de impactar. Desde la lectura de Khaled Hosseini, pasando por la charla que en 2001 ofrece el fotógrafo iraní Rezta en su universidad, Pampliega reconoce sus deseos de afrontar los conflictos bélicos y de esparcirlos en papel a todo el que lo lea. No obstante, ¿quiere que su novela también impacte de ese modo? Se escucha un “¡uf!” al otro lado. Con “Flores para Ariana” quiere evidenciar la realidad de las mujeres afganas, pero, en sus propias palabras, “no sé si tanto como que haya gente que se vaya a una zona de guerra (…) me sentiría responsable de muchas vidas”. En su lugar, pretende despertar interés por un país del que, aunque hablemos, no sabemos nada, “y que se entienda, sobre todo entienda, por qué están huyendo de ahí”. 

antonio pampliega 5En busca de la supervivencia, la dignidad y la libertad, Ariana huye, así como lo hacen una multitud de mujeres y hombres. De hecho, podemos encontrar y atribuir un doble sentido a la protagonista con la aclaración de que “Ariana” es el nombre con el que se conocía al país, por lo que sí, “Ariana” huye, y, de modo ya accesorio, pero significativo, ahora también es el nombre de la hija del escritor. Tener claros esos tres conceptos, tanto dentro del libro como en la vida de Antonio Pampliega es esencial para acercarnos a la sensibilidad del relato. La libertad se la robaron, al tiempo que sacrificaron su dignidad convirtiéndole en un “autómata” para encontrar las motivaciones que solo la supervivencia es capaz de mover. Eso sí, con la claridad de que esta última no debe malentenderse, no consiste en “pisarnos unos a otros”.

Y aquí llegamos a un tema turbulento: “¿hasta qué punto crees que es lícito que la religión restrinja según qué cosas?”. A mi parecer, se contraponen entonces fragmentos de la novela donde el burka se considera una “cárcel” con la fe aprendida en casa por Pampliega, ambas situaciones fruto de la religión. Él tiene claro que cualquier manejo de la vida ajena no es permisible. Su voz se enciende, “no se puede maltratar a la mujer porque lo ponga en un (…) libro”; escritos que datan de hace tantos años “no pueden dirigir las vidas de la gente”. Consiste en seguir el principio que Antonio nos recuerda: “no juzgue si no quiere ser juzgado”, aplicable a cualquier religión. Es curioso cómo el punto colindante entre muchos conflictos bélicos es precisamente el que debería respetar al prójimo, “deberíamos unirnos y no separarnos por motivos que desconocemos”; hemos cambiado de pareceres, contamos con un “raciocinio” y un “nivel intelectual y cultural” diferente al de la redacción de estos textos. “Son cosas del pasado, a no ser que se adapten”. 

La religión de la que bebe Antonio toma dos planos diferentes de cara a sus personajes: Ariana deja de creer porque lo ha perdido todo, pero Salem empieza a creer porque igualmente lo ha perdido todo. La primera reacción es fruto de la vivencia que él sufre en sus carnes, la resignación proveniente del secuestro. Sin embargo, la segunda es igualmente real; su traductor en Siria empieza a rezar cuando no halla otra opción ante la soledad. Así lo traslada Pampliega a la novela, “cuando estás solo tienes que aferrarte a algo”.

Para terminar, se aborda el tema predilecto. Sí, un secuestro marca su vida, pero son 10 meses en comparación a 39 años. No es fácil definirse, pero el escritor no duda cuando le pregunto: a él le gustaría que la acepción que conste al lado de su nombre sea “periodista comprometido con el trabajo, con las causas y con ayudar a los demás”. “Me gustaría que se me recordase, no tanto por el secuestro, que entiendo que es lo que vende, sino como esa persona que en agosto ayudó a salir a muchos afganos de Afganistán, que yo creo que es mucho más importante que haber estado secuestrado. Por lo menos he servido de algo”. Esto último nos regala las últimas risas: “sirvió para ponerme bueno y adelgazar”. No obstante, los objetivos que le dejarán dormir tranquilo distan mucho de esto. Ojalá poder transcribir toda la conversación, la calidez de su voz, la cercanía de sus intervenciones y el compromiso, veraz, de sus respuestas. Y así concluimos la entrevista, cerramos el libro, pero Afganistán continúa existiendo. 

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