Carmen Mola: "La Bestia"

Carmen Mola: "La Bestia"

Los expertos en novela afirman que el final de la historia suele ser más difícil de contar que su comienzo o su desarrollo, pues ese final debe ser también su culminación y por tanto su condensación emocional y estilística. Y es que, en resumen, el desenlace puede o debe ser también el principal clímax de la historia. Comenzamos así esta reseña porque si la novela de Carmen Mola fuese juzgada solo por sus últimos capítulos, estaríamos simplemente ante un incuestionable fracaso ya que, a nivel argumental, esos episodios son sobre todo un conjunto de forzadas coincidencias y un elenco de personajes reducidos a simples funciones narrativas. O también una serie de diálogos inverosímiles y de cierres explicados más por la simple justicia poética que por la lógica de la acción.

Creemos que estas limitaciones se entienden por la excesiva dependencia de La Bestia de la novela folletinesca del siglo XIX y de sus equivalentes actuales, o sea, de esos guiones de las series televisivas que Carmen Mola maneja tan bien. Esta dependencia explica, por ejemplo, algunos de los momentos más chirriantes de la historia como puede ser el repetido recurso al deus-ex–machina (Diego accediendo al lazareto con las credenciales de un médico oportunamente fallecido; la subasta en la casa de Villafranca en una fecha convenientemente próxima) o las también repetidas anagnórisis, bien sean completadas o frustradas (Ana en el lazareto, Grisi en el hospital). De los folletines pueden proceder también esas conversiones de algunos personajes de ángeles en demonios (o viceversa) sin ningún tipo de transición psicológica de por medio (Ana, Inmaculada). Más cercanos a los guiones de las series nos parecen el uso continuo del presente en la narración, un presente que recuerda excesivamente al de las acotaciones teatrales y que deja la duda de si Carmen Mola es capaz de moverse en otro registro diferente. De esos guiones pueden proceder también la cargada visualidad de las diferentes escenas, los vaivenes espaciales o esas reorientaciones de la intriga tras la muerte de uno de los protagonistas, reorientaciones que a veces hacen que la búsqueda de Clara parezca más larga que la búsqueda de la madre de Marco (el de Edmundo de Amicis).  Por todo ello, más de un avispado lector no podrá evitar pensar La Bestia ha sido concebida no solo para ganar el Planeta sino también de libreto para una próxima una peli o serie televisiva.


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Y en cuanto al lenguaje, no es que el vocabulario sea flojo o no esté cuidado, pues aparte de alguna limitación léxica como el empleo de “caja de madera” en lugar de “banquilla” (p.  67; ¡oh, profesor Senabre!), el léxico es más o menos llevadero y preciso. Pero, claro, una novela que quiera considerarse literaria no debe aspirar solo a eso; el escritor, la escritora, o Carmen Mola, debe al menos desear crear un estilo exigente y personal, siempre al menos con algún intento de originalidad. Y esta última ausencia es perceptible ya en las primeras líneas de la novela, donde no se siente ninguna exigencia estilística, ningún afán de inventiva formal, algo así como si un pintor no tuviera deseos de distinguir su paleta de la del resto de sus colegas… 

Y siguiendo con ese comienzo, nada más leerlo se puede venir a la cabeza, como contraste, aquella maravillosa frase inicial de La Regenta  que daba paso a una de las descripciones más antológicas de nuestra literatura (“La heroica ciudad dormía la siesta”). Y luego, como contraste adicional, puede ir encadenándose toda una serie de clásicos que podrían servir como antídotos o complementos necesarios de La Bestia. Entre ellos, se nos ocurren Oliver Twist, de Dickens, y su historia del hampa infantil, o Los novios, de Mazonni, por sus descripciones de epidemias y desventuras de personajes inocentes, o los libros de Regine Pernoud sobre el supuesto oscurantismo medieval (¿alguien puede conciliar ese oscurantismo con arquitecturas como la de la catedral de Chartres?). Para el carlismo literario lo mejor podría ser, por ejemplo, leer la trilogía de Valle Inclán, para la lucha por la vida al Baroja de La busca o al Galdós de Misericordia… Dicho de otro modo, si La Bestia es el puente para llegar a los clásicos, estaríamos sin duda alguna ante el único logro al que parecen llevarnos tan alto porcentaje de la narrativa española contemporánea. Y esto no puede sino ser un motivo de gran alegría para todos.

Podríamos también aludir aquí a la deuda de La Bestia con esos thrillers llenos de sociedades secretas, rituales estrafalarios, talismanes mágicos, anagramas por desvelar, etc., pero eso nos llevaría a desembocar en El código Da Vinci, de infausta memoria para la literatura y para el gusto artístico, y también para la historia del cine (¡Oh, Thom Hanks; ¡oh, Alfred Molina! ¡Cómo pudisteis llegar a eso!). Al leer los momentos en que La Bestia replicaba modelos como el de Brown, con los acrósticos carbonarios, las autoflagelaciones de Marcial o los grupos cautivos en tenebrosas mazmorras, resultaba simplemente imposible evitar el más profundo de los bostezos o la más aburrida de las decepciones.

Y esto por no hablar, finalmente, de la cosmovisión deducible de la novela, con incesantes tópicos coetáneos (feminismo barato, emocionalismo buenista, voluntariado de cartón piedra), que hacen que los personajes carezcan de vida propia, que los encuentros sexuales sean trivializados y automáticos, que el resultón binomio policía-periodista parezca agotado, o que las concomitancias apocalípticas entre el cólera de 1834 y nuestro Covid parezcan un intencionado oportunismo. Casi no hace falta decir que a La Bestia, como a tantas obras tan marcadas por las notas más pasajeras de su presente, le espera una vida literaria corta, aunque quizá una vida más larga como testimonio documental

Obviamente, todos estos reparos no ocultan algunos de los méritos de la misma, como puede ser su recreación de la vida política isabelina, de la experiencia sociológica del cólera, de la medicina del siglo XIX o de la urbanística madrileña.  Pero, de nuevo, este tipo de méritos es que suele caracterizar automáticamente a los bestsellers y no tanto a la literatura de fondo, que es la que no conviene olvidar por ser la más duradera, la más humana. Y esto, a pesar de que no haya ganado ningún Planeta ni ningún Nobel (¡Oh, Borges!).

Carmen Mola: La Bestia. Barcelona: Planeta, 2021, 541 pags.

 

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