Tres preguntas a las que Pedro Sánchez no respondió

Tres preguntas a las que Pedro Sánchez no respondió

Pues resulta que no; que el resultado de las elecciones en Madrid, que muchos pensábamos que haría reflexionar a muy diversos estamentos, dejan incólumes las lamentables estructuras políticas españolas.

Nadie parece haber entendido el mensaje de las urnas, comenzando, desde luego, por el jefe del Gobierno Central, Pedro Sánchez, empeñado en sacudirse de lo lindo con el presidente del PP y líder de la oposición, Pablo Casado. Que tampoco olvida su habitual tono reñidor hacia el presidente. Así que la primera sesión de control parlamentario al Gobierno en lo que debería haber sido la 'nueva era post-4-m', dio los mismos resultados que todas sesiones las anteriores: ninguno. Y tres preguntas fundamentales en esta 'nueva-nueva era' quedaron sin resolver.


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Pablo Casado preguntó a Pedro Sánchez, en un tono ciertamente bastante airado, por qué no convoca ya un debate sobre el estado de la nación; por qué no nos explica sus planes concretos para la recuperación económica y, finalmente, por qué no acepta un 'plan B' jurídico para acabar con el caos legal en que se está convirtiendo la salida del estado de alarma. Sobre ninguno de estos temas quiso extenderse el presidente, que se dedicó más bien, aparte de a confundir acción con vacunación, a lanzar reproches a la oposición y a decir que la cara de Casado cada vez se parece más a la de Albert Rivera. A lo que el presidente del PP respondió que Sánchez cada día le recuerda más a Zapatero. Ingenioso, ¿no?.

El caso es que el Parlamento, que es donde deben dirimirse estas cosas, sigue ayuno de noticias concretas sobre el plan detallado enviado por el Gobierno a Bruselas, con sus recovecos fiscales y laborales; continúa sin saber cómo podremos resolver el desbarajuste autonómico-judicial en torno a planes de confinamiento y toques de queda... y, desde luego, si nadie lo remedia, se queda la Cámara Baja sin albergar, por sexto año consecutivo, el que podría ser el más clarificador de los debates parlamentarios. El que podría disipar muchas de las dudas en las que ahora la opacidad oficial nos sume a los ciudadanos: el del estado de la nación.

Eso, sin contar las incertidumbres de las que se está rodeando el 'proceso catalán', de las que el Congreso de los Diputados (y el Senado, claro) se enteran apenas por las pullas no tan veladas que lanzan los de Esquerra a Junts y viceversa. Un gallinero que puede estallar por cualquier lado en cualquier momento.

Con los jueces enfadados porque se les hace jugar el papel del Legislativo con esto del estado de alarma, con el Parlamento cabreado porque no se le da bola y con el Ejecutivo inoperante en un cuarenta por ciento de ministerios, y con alguno más que mejor sería que no estuviese operativo, ya me dirá usted si son admisibles estas sesiones de control parlamentario en las que ni una sola idea constructiva, y sí muchas destructivas, se barajan.

Cabe urgir a la presidenta del Congreso, la muy gubernamental doña Meritxell Batet, que ahora apenas se limita a ordenar silencio a sus señorías alborotadas, que sea ella quien, como la tercera autoridad en el protocolo del Estado, solicite al Gobierno esa convocatoria del debate sobre el estado de la nación como primera medida de regeneración de una democracia que parece que se va sintiendo crecientemente asfixiada por los mismos que deberían potenciarla. Y que sea la Mesa de la Cámara quien reglamente, pacte y paute ese debate, para que no sea otro desmadre más. Otro más, insisto.

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