Con un par... de estatuas

Con un par... de estatuas

Estos representantes nuestros nunca dejarán de sorprendernos. Resulta que está el país entristecido, con sensación de hallarse al borde del colapso, y en las instituciones madrileñas de lo que se debate es sobre la retirada o no de las estatuas de Indalecio Prieto y de Largo Caballero.

Quienes tanto criticaban la sustitución de nombres 'franquistas' en las calles de la ciudad (y de otras ciudades), ahora se empeñan en que los dos dirigentes socialistas de los tiempos republicanos (y guerracivilistas) sean 'urgentemente' apeados de sus pedestales. Viva la memoria (y la desmemoria) histórica. ¿Qué será lo próximo?¿Un referéndum nacional sobre la voladura de la cruz del Valle de los Caídos, y conste que a mí la historia y la realidad de lo que se llamó Cuelgamuros siempre me ha producido escalofríos?


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Es el nuestro un país que se perece por lo espectacular, por lo epidérmico, por el vocerío de sal gorda, dejando de lado lo importante. Como si no lo fuesen el que se quiera hacer tambalear la Jefatura del Estado, o la cada vez más enconada pelea judicial. O las críticas de Europa a determinadas cuestiones relacionadas con el garantismo y la separación de poderes en España. Como si la amenaza de exclusión social que atenaza a ocho millones de ciudadanos y el riesgo de hambre (sí, hambre) que pende sobre la cabeza de bastantes miles, fuese cuestión secundaria.

Como si lo fuese un centenar diario de muertos extra gracias a la pandemia que no podemos controlar. Lo digo porque acabo de asistir a una penosa sesión en el Congreso de control al Gobierno, en la que, como siempre, nada de esto parece importar y en la que los extremos del arco parlamentario nos hacen, con su actuación lamentable, mirar hacia otro lado, avergonzados. El duelo a garrotazos de Trump y Biden es un exquisito juego de niños en comparación con lo de aquí, con lo de casa.

Miro hacia más allá de nuestras fronteras, donde todos los cañones políticos se colocan ahora en la misma dirección, la de la pelea por mejorar la salud y la economía de las gentes, y no puedo evitar sentir una cierta envidia. No creo que nos podamos permitir ahora, cuando Europa nos mira con especial atención antes de aflojar la bolsa, dar el espectáculo que estamos dando, cuestionando desde la forma del Estado hasta quiénes han de permanecer o ser desalojados de los monumentos que en algún instante se levantaron en su honor. Siempre desfilamos con el paso cambiado. No es que estemos haciendo poco para favorecer la concordia nacional: es que no estamos haciendo nada. O aún menos. Y eso, con un par... de estatuas esta vez. Por narices, vamos.

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