Nos deben una explicación

Nos deben una explicación

Resulta difícil imaginar una mayor sarta de errores en una gestión de comunicación como la que ha empañado esa 'operación salida' de Juan Carlos I no solo de La Zarzuela, sino incluso, parece que se pretende, de la historia de España. Su marcha fuera del país, mal e inverazmente explicada en un comunicado que pretendía que esta salida era una iniciativa exclusiva del llamado emérito, se ha presentado casi como una huida vergonzante, casi un exilio, cuando no es, a mi juicio, ni lo uno ni lo otro: el afán de secretismo, la falta de transparencia -y de esto hay que culpar al Gobierno, pero también al entorno que no siempre aconseja bien a Felipe VI_ ha provocado situaciones tan increíbles como que el jefe del Gobierno del Reino de España diga públicamente que ignora el paradero de quien ha sido jefe del Estado, y padre del actual jefe del Estado, durante cuarenta años.

Nadie creyó, claro está, una tal ignorancia de Pedro Sánchez acerca de dónde se halla refugiado Don Juan Carlos, como nadie creyó el tenor literal del comunicado de La Zarzuela, así que el presidente tuvo que admitir, en una rueda de prensa líquida y anodina, que las cosas que se tratan entre el jefe del Ejecutivo y el jefe del Estado han de mantenerse reservadas. Tres horas después, el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, preguntado en una televisión acerca de sus diferencias de grueso calibre con 'su' jefe y presidente, también apelaba a que esos asuntos polémicos -el de la forma del Estado entre ellos, nada menos_ han de ser cuestiones que se resuelvan en la intimidad entre él mismo y Sánchez, y punto. Como si la política no se hiciese para los ciudadanos a los que ambos, lo mismo que el jefe del Estado, representan. ¿Todo para el pueblo (se supone) pero sin el pueblo, señor Iglesias?


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Demasiado hermetismo en un país en el que todos alardean, con patente falsedad, de transparencia oficial. Nunca la hubo menos. Creo que es urgente variar el rumbo: no se entiende que, con la crisis interna que ha sufrido y sufre la principal institución del país, La Zarzuela mantenga un silencio, que empieza a ser demasiado denso, sobre los muchos detalles 'secretos' que se nos escapan en todo este complejísimo asunto que podríamos resumir con un freudiano titular: 'hay que matar al padre'. Y no, sospecho que, al final, una estrategia tal se va a convertir en una equivocación más: de hecho, pese a los muchos errores cometidos por Juan Carlos de Borbón, se aprecia estos días un auge de sentimiento popular entre nostálgico y compasivo que, reconociendo sus meteduras de pata -y de mano-, tiende a recordar los muchos servicios que Juan Carlos I prestó a la democracia y a la economía española.

Lástima que nadie se haya entretenido en desenterrar anécdotas y pasajes, quizá desconocidos, de esa labor benéfica de cuarenta años para sobreponer esos titulares a la voz de la dama malvada y aventurera y a la del policía archi corrompido y archi corrompedor. Por lo visto, ni a La Moncloa ni a La Zarzuela les interesaba demasiado recuperar episodios de un pasado que, sin duda, fue mejor y del que todos participamos en el llamado 'juancarlismo'. Y el emérito, aun conservando amistades fervientes, carecía de la más mínima infraestructura de apoyo para intentar, si es que al final tuvo fuerzas para intentarlo, mejorar algo su imagen. Ahora, en este afán de ruptura total, parece que se trata de hacer tabla rasa de lo actuado en cuarenta años, en aquel 'espíritu del 78' que alguno, encaramado además al Gobierno de Pedro Sánchez, quiere derribar para instaurar muy nuevos aires -o huracanes- en el que aún sigue siendo el Reino de España.

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