La batalla que ni Sánchez, ni usted, ni nadie, podemos perder

La batalla que ni Sánchez, ni usted, ni nadie, podemos perder

Diez años después, un cierto nacional-pesimismo, derivado de la importante derrota de Nadia Calviño en el Eurogrupo, contrastaba vivamente con la nacional-euforia que embriagó a España cuando la victoria en el mundial de fútbol. Muchas cosas, no todas buenas, han ocurrido en esta década, que ahora se asoma, con dudas y temblores, a la batalla decisiva, la que ni el Gobierno, ni usted, ni yo, ni nadie en estos pagos, podemos perder: la de lograr esas subvenciones procedentes de Europa que sirvan para reconstruir económicamente el país. De la reconstrucción moral de una nación, que de esta no sale ni más fuerte ni más unida, ya hablaremos. Por lo pronto, nos enfrentamos a una semana que puede ser decisiva para la supervivencia del equipo de Sánchez. Y la batalla tiene como escenario esa Europa que acaba de abofetearnos en el rostro de Calviño.

A Pedro Sánchez no podemos desconocerle ni la laboriosidad en el empeño ni el tesón. Ni el valor. Ahora se va a lanzar a recorrer algunas de las capitales más hostiles a 'despilfarrar' (lo dicen ellos) los fondos europeos en países que, como España o Italia, no han hecho bien sus deberes (también esto es cosas de algunos portavoces 'austeros').


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Tengo muchas ganas de ver lo que sale del encuentro entre el presidente español y su colega holandés, Mark Rutte. Y hasta qué punto se compromete la canciller Merkel, que es teóricamente quien manda en Europa y con quien Sánchez va a cenar esta semana, en la ayuda a los latinos. Si la jugada le sale bien a Sánchez, habrá demostrado que es capaz de cuadrar algunos círculos, aunque lo de Calviño no le haya salido bien por los pelos.

Claro que lo malo del Gobierno es el Gobierno. Dice el eurodiputado de Ciudadanos Luis Garicano, que de los europasillos sabe un rato, que la presencia de un vicepresidente como el secretario general de Podemos en un Ejecutivo de un Reino como el español alienta demasiadas dudas sobre la benevolencia con la que tratar a España en el seno de la UE. Y lo cierto es que la gira de Sánchez esta semana, en vísperas de una 'cumbre' europea que puede ser nuestra salvación o nuestra desgracia, se produce en un contexto muy diferente a aquella euforia tras la gesta de Vicente del Bosque y sus muchachos: con ataques a la jefatura del Estado desde la propia vicepresidencia del Gobierno, con dudas sobre la honorabilidad del mentado vicepresidente, con desunión entre las fuerzas políticas a la hora de abordar la reconstrucción, con descalificaciones a los medios desde el corazón del poder Ejecutivo*

Lo de Calviño, que es un puntal en este Ejecutivo frente a las trapisondas de otros, es, en efecto, un síntoma y un diagnóstico: en la UE se aquilatan mucho las cosas, se piensa bastante, aunque a veces no lo parezca, el próximo paso a dar. Y España aparece como un país algo desmoralizado, o sea, con moral relajada, aunque su presidente intente siempre ofrecer una imagen serena, sobre todo ahora que andaba de mítines por Galicia y el País Vasco, con averías de aviones incluidas.

No, no todo puede fiarse al encanto personal que, pese a todo, dobleces incluidas, pueda tener el presidente del Gobierno del Reino de España: se necesitan gestos que vayan más allá de lo hasta ahora actuado y contrapesen la falta de este encanto que puedan tener otros. Y el caso es que todos necesitamos que en este minuto a Pedro Sánchez le salgan bien las cosas, que no pierda esta batalla que, sépalo también la oposición, afecta al conjunto de los ciudadanos españoles. De nuevo, la batalla por ganarnos el corazón (y el bolsillo) de Europa; ¿se puede con estos mimbres?

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