Matanza de Atocha: Ruiz-Huerta, el testimonio de un superviviente

Matanza de Atocha: Ruiz-Huerta, el testimonio de un superviviente

Aquella noche, como a sus ocho compañeros abogados, a Alejandro también le "mataron un poco". Aunque un bolígrafo le salvó de la bala mortal que le buscaba, siente que también murió junto a sus colegas del despacho de Atocha 55, donde unos encapuchados de extrema derecha entraron a golpe de pistola.


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En realidad, Alejandro Ruiz-Huerta sobrevivió a aquella "matanza de Atocha" del 24 de enero de 1977 junto con otros tres compañeros -Miguel Sarabia, Luis Ramos y Dolores 'Lola' González- gracias a que la bala que iba directa a su pecho impactó contra ese bolígrafo que, justo esa misma mañana, le había regalado el administrativo Ángel Rodríguez, quien murió en aquel "durísimo" atentado.

Junto con él también fallecieron el estudiante de Derecho Serafín Holgado y los abogados laboralistas Luis Javier Benavides, Francisco Javier Sauquillo y Enrique Valdevira.

Fue también el cuerpo sin vida de este último el culpable de que Alejandro hoy pueda contar lo que ocurrió aquel lunes de enero de hace casi cuarenta años. Valdevira cayó encima de él y cubrió sus zonas vitales, lo que hizo que este abogado tampoco muriese por el tiro de gracia que los terroristas fueron dando, uno por uno, a los nueve profesionales que trabajaban en aquel despacho.

"No era mi hora", confiesa Ruiz-Huerta, presidente de la Fundación Abogados de Atocha, en una entrevista, "supongo que serán cosas del azar pero allí viví el 80 por ciento de mi muerte, en un atentado que me quebró la vida".

Alejandro recuerda a la perfección la ráfaga de disparos que iban alcanzando, uno a uno, a los "abogados de barrio" que, "por dedicación profesional", trabajaban por los derechos laborales y asesoraban hasta un centenar de asociaciones de vecinos. Aquella noche esperaban a que comenzase una reunión cuando entraron los terroristas del grupo ultraderechista Triple A.

Pero lo que recuerda "como si pasase ahora mismo" es la mirada de uno de sus compañeros y amigos, Ángel Rodríguez Leal, hacia el que sería su "inmediato asesino", a quien reconoció segundos antes de morir.

Y después, continúa Alejandro, viene "la sensación de parón absoluto de la vida", esos segundos en los que pasó la vista por el despacho y en su cerebro se alojaron unas imágenes que hoy, cuatro décadas después, continúan ahí.

Incluso después del atentado, el ahora profesor universitario -de padre militar franquista y que estuvo a punto de abrazar la fe como sacerdote tras año y medio en la Compañía de Jesús- recibió un anónimo cuando estaba ingresado en el Hospital que decía "curita comunista, acabaremos contigo".

Pero no le preocupa demasiado ese episodio al único "sobreviviente y no superviviente" -como matiza Alejandro- porque desde aquella noche, en la que el miedo se instaló en su vida, la muerte en Atocha la lleva "dentro", aunque reconoce que últimamente está intentando "colocar cada recuerdo en su sitio".

Es por ello por lo que ahora el profesor universitario prefiere homenajear más la vida de sus compañeros que su muerte.

"Era gente normal y corriente, unos jóvenes alegres que querían trabajar por los demás, que se llevaron cuatro tiros y que se han quedado así de jóvenes para siempre, aunque con la vida frustrada", afirma Alejandro.

Y aunque sigue lamentando sus muertes, sabe que en ellas se sitúa "el ADN de la democracia española" y que constituyeron un símbolo para la consecución de la paz en una época de ebullición como fue la Transición.

"Sus muertes y sobre todo el silencio de la manifestación que hubo el 25 de enero en Madrid y otras ciudades fueron claves. En ese silencio absoluto se demostró que la gente quería una democracia en paz y que la violencia formaba parte de otra época", confiesa el profesor.

Por eso, Alejandro reivindica el papel que tuvo la Transición en la historia de España, un "tiempo durísimo en el que muchos se jugaron la vida para construir una democracia de mínimos, con errores, con lentitud, pero que al final se consiguió".

Han pasado casi cuarenta años, pero para Alejandro -que echa mano de la famosa canción de Gardiel- "40 años no es nada porque parece que solo han pasado 40 días".

En el que también será el año de su 70 cumpleaños, el último "sobreviviente" de la matanza continúa recordando y homenajeando a sus compañeros para que la memoria de ese abrazo de Juan Genovés que hoy corona la plaza madrileña de Antón Martín nunca se borre de las páginas de la Historia del país.

 

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