Crítica de The Captive

Crítica de The Captive

El tiempo esa frontera del subconsciente que lo cambia todo, la oxidación o la personalidad del individuo.

El transcurrir de los años, puede hacerte perder la perspectiva del todo, convertirte en otra persona diferente debido a la experiencia que hayas vivido o la educación que te hayan prestado.


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El metabolismo se transforma hacia su fase adulta, pero también tu postura frente a las cosas o tus sentimientos. Porque todo es susceptible de un posible cambio, tus ideas, habilidades o incluso capacidad artística.

Un director de cine se podría dejar tentar por el paso del tiempo, abandonar los temas que le ofrecieron fama y respeto en otras circunstancias, mudar sus prácticas habituales por métodos más confortables, perder los temas recurrentes por los que te diste a conocer para crear otro cine distinto o liquidar proyectos.

Atom Egoyan, el director que avanzase vertiginosamente con sus trabajos alternativos y osados, ha bajado poco a poco la guardia, y se dirige hacia un lugar habitual en la historia del cine, el ostracismo del público.

Un cerebro cambiante que transforma lo imaginario en real, lo bueno en malo. ¿Cómo considerarán los espectadores esta desvinculación con las raíces? Si el público acepta este cambio, el creador habrá conquistado a sus seguidores y posiblemente habrá abierto las puertas para nuevas consciencias.

Sin embargo, en el caso actual de Egoyan y su último largometraje Captive, el tiempo parece congelarse, o al menos funcionar a dos velocidades, tan diferentes como la atracción o el rechazo. Hasta este momento, no me había sentido en estos dos extremos viendo alguna de sus películas.

Atom me había cautivado con su visión de la violencia y los "enfrentamientos" entre ambos sexos con liquidadores de por medio, desde lo exótico de su comienzo hasta el dulce porvenir. Mi interés morboso había celebrado ese exceso del morbo y el peligro, pero hasta ahora, nunca había estado tan perdido con su mirada tras la Cámara, la deficiencia del montaje o la interpretación sin sentimiento.

Y esto, a pesar de atreverse a tratar un tema tan problemático y denunciable como el maltrato de los niños.

Captive, tiene un comienzo más o menos prometedor, dividiendo los dos mundos que vamos a conocer, uno limpio familiarmente y otro oculto y terrible. Con una sucesión de imágenes y ambientaciones cambiantes a la hora de presentarnos a los protagonistas, vamos a descubrir lentamente el proceso de esta transformación psíquica, mediante la fluctuación de distintos tipos de música y variantes en la historia (pero incongruentes y aburridas según avanza la trama). Corre de la mano de David Fraser habitual guionista para la televisión y del propio director nacido en El Cairo y de sangre armenia.

En Captive, el secuestro se produce en el momento en que el espectador está partiendo hacia lugares fuera de la sala de cine, y vuelve a meterte en el argumento para conseguir ver una leit motiv aceptable, donde prima la emotividad, las imágenes representativas del sufrimiento de unos padres heridos por un descuido (interpretados por Ryan Reynolds y Mireille Enos) y sus primeras actitudes frente a la desolación y la pérdida del ser querido. A partir de ahí pareciera que todo se tuerce o se fuerza, que los sentimientos que afloran no son del todo sinceros, y la historia se descompone con tremendos bandazos poco creíbles. Se vuelve a embragar esa segunda velocidad que juega con lo tramposo y facilón.

Viendo sus últimas aventuras dentro de la comercialidad, aunque Chloe tenía su gracia, se echa de menos su espíritu más desconcertante, ese atrevimiento de la juventud quizá. La desconexión con la parte final de La Cautiva es mayúsculo. Transcurriendo las secuencias con demasiada solemnidad y escasa actitud crítica ante el espinoso tema que trata, con secuestros, manipulación de la conciencia y explotación infantil. Pedofilia encaminada a un sencillo y poco emocional thriller, que olvida la crítica y la denuncia con estos monstruos ocultos en los más variados ámbitos sociales.

Nada queda en última instancia del formato de Atom Egoyan, ni su estilo ni sus personajes. El filme parece estar tomando aire continuamente, como si se ahogara con la envergadura del problema, y los actores no se incorporan a la trama con el interés suficiente, ninguno resulta determinante ni excesivo.

Solamente tenemos una actriz que aguanta el tipo e intenta dibujar aristas a su personaje, se trata de Rosario Dawson. Pero, acabará sucumbiendo a la escasez de ideas, arrastrada por la trama confusa. El reparto está ensombrecido, gira con los acontecimientos pero no llama la atención, ni Scott Speedman, Kevin Durand, Bruce Greenwood o la joven Alexia Fast consiguen aguantar un final que se estrella estrepitosamente, con un trabajo de dirección lánguido y un montaje sin conexión.

En definitiva, un tema candente tirado por el retrete.

Con un ritmo equivocado y una resolución del conflicto que no traspasa la pantalla, se visiona como un torpe aspaviento sin dejar ninguna huella para discutir con tus acompañantes. Parece, por momentos, como si el rodaje en Ontario (Canadá) hubiera sido forzado y un poco caótico. La primera velocidad se ha quedado atascada definitivamente, y no podemos más que dejar este ficticio vehículo en punto muerto. Hasta la música que acompaña la acción, resulta confusa en su mezcla de clasicismo y percusiones, casi tanto como su título original que unos señalan en singular (como yo) y otros en un plural liante y Captives.

Un Atom Egoyan lejano a sus interesantes películas.

** Mala **

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