Crítica de 'El Niño'

Crítica de 'El Niño'

En cada franja de terreno los jóvenes se aferran a sus héroes o mitos, segun determinados roles sociales o culturales.

Los norteamericanos inventaron a seres mirando a las estrellas, hombres y mujeres enmascarados o irreales, éstos les hacían vivir otras vidas y recorrer otros mundos.


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Sus amigos protagonistas en filmes y cómics les sacaban de los estragos de la guerra y de sus barrios repletos de racismo y desajustes clasistas, barridos por las drogas y la violencia. Desde las grandes ciudades del norte hasta los desiertos del sur y sus pasos fronterizos se marcaban las diferencias por el color de la piel o el dinero, que no de sus necesidades o sueños.

Gibraltar un territorio comercial influido por varias culturas y enlace de conexiones con el narcotráfico. En esta encrucijada entre dos mundos y dos masas de agua (Mediterráneo y Atlántico) existía un chaval de nombre Mohamed alias el Nene, que se hizo valedor de una historia contada por un director mallorquín Daniel Monzón (la premiada Celda 211) y un guionista asturiano Jorge Guerricaechevarría (habitual de las películas dirigidas por Álex de la Iglesia, también coescritor de la Celda 211).

Ellos saben que aquellos héroes anglosajones combatían a los malvados con sus grandes poderes, o transitaban el espacio combatiendo amenazas fantasmas y guardando las galaxias de peligros exóticos. Sin embargo, la realidad es una batalla diaria más terrenal.

Estos héroes forzados tendrán que luchar en la cartelera con Guardianes y extraterrestres, deberán embarcarse en motos fuera de la ley y surcarán estrechos confines alrededor de sus sueños. Pobres diablos a uno y otro lado del charco.

Este Niño en busca de su princesa, es uno de ellos. Ha dejado sus raíces africanas por una mirada azulada (a lo Paul Newman de Jerez), pensando en una fuga por las olas de la marginación y el dinero fácil. Que en realidad no es tan fácil ni tiene marginalidad para aquellos que viven a sus anchas de otras vidas.

Podrían ser de cualquier frontera, pero nacieron en la Línea de la Concepción con su deje y su gracia para acercarnos el mal a la nuestra, la frontera marítima de la costa almeriense hacia las montañas del valle del Rif.

El Niño sueña con una mujer de otro planeta, se embarca para luchar contra las mafias comerciales de la droga o las personas, y evitar a los policías en la negra corriente marítima entre África y Europa. El director Daniel Monzón ha puesto su complexión morena en un rostro pálido de facciones más occidentales buscando una nueva estrella. Si lo conseguirá o no, dependerá que el estudio de la interpretación le lleve a lugares insospechables si pule bien sus errores primerizos y expresividad perdida.

Si ha nacido un posible Skywalker de la península ibérica con escalas a otros mercados, se verá en sus poderes para robar escenas en el futuro. De momento, es una promesa con buena fisonomía.

Ahora está de moda hablar de la corrupción en todas las escalas sociales, desde los ricos mandatarios hasta los cuerpos policiales (se necesitan medidas para controlar internamente los medios. Ellos, los duros Luis Tosar, Sergi López, Bárbara Lennie o Eduard Fernández, se preguntan si todo es válido o si merece la pena la lucha contra los ocultos interpretados en la figura de Ian McShane y sobre los que no aparecen en el filme defendiendo con sus tentáculos a manos ejecutoras provistas de martillo y katana.

Pues parece que sí, porque son los profesionales auténticos que permanecen con su carismática cabeza en la pantalla.

Daniel Monzón se ha interesado por los que sufren, los héroes anónimos a ambos lados de la ley. Los que en Europa crecieron mirando al mar y leyeron los cómics llegados desde el otro lado atlántico, viendo las películas de exploradores espaciales e intentando conseguir un hueco en las estrellas.

Para ello, ha competido con sus armas, la acción y los primeros planos. Y ha dotado de humor de Cádiz y romanticismo juvenil a una historia real con aromas a Ketama y a pescaito frito. A humo y persecuciones de narcos, a marginación y Roca blanca.

Aunque se haya elejado del estereotipo físico mantiene la forma, dando una de cal y otra de arena del Estrecho, viendo el gran negocio y alejándose de polémicas con los políticos. Es una historia de un Niño y su compañeros nodrizas, queriendo salir de su vida hacia visiones televisivas en Miami Vice.

El humor salva en muchas ocasiones de la reflexión más cruel y mantiene al espectador atento a los héroes con sus compañeros como robots en una guerra espacial de consecuencas planetarias, y amor con princesas de diferente piel.

Esta Roca ha ejercido de faro entre dos culturas y cárcel para muchos que buscaron una fantasía por medio del tráfico clandestino. Vidas con altibajos y rodajes de realidad.

Mucho ha pasado desde su primer Corazón de Guerrero, ahora Monzón se centra en el realismo... entreteniendo al público. Al menos en la taquilla tiene su rédito.

*** Interesante ***

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